Luz y héroes en la literatura fantástica, sueño de sueños que se desvanecen. Uno de los pilares de la novela Antigua Vamurta es la recreación del héroe, esa figura que desde los albores de la humanidad ha sido mitificada, y por lo tanto, alejada de la realidad. Cuando uno se acerca al mito, ya sea en el western clásico, en el universo de la Chanson de Roland o en el Señor de los Anillos, los héroes tienen algo en común. Están hechos de una sola pieza y si cometen errores, éstos son atribuibles a esa “masa imperfecta” que es la sociedad que los acuna. Los héroes son de acero endurecido.
Un buen héroe no tiene dudas, lucha como si el miedo no se escondiera en lo más profundo de nosotros y vive como si el vino, el pan y el amor fueran entes abstractos, cosa de otros que a ellos nos les interesa. Evidentemente no estornudan ni les tiembla el pulso, ni sienten deseos para aliviar sus necesidades básicas. No conocen la fatiga y casi se podría decir que ni ensucian sus galantes ropajes. ¿Los héroes no sudan?
Aquí, hablamos de otro tipo de héroe, al que si le tuviéramos que atribuir algún tipo de primo lejano, éste no sería otro que el Mío Cid, quien arranca sus andanzas con lágrimas en los ojos. El Cid, quizás el único héroe más astuto que divino, un símbolo que le debe más al trabajo y a la estrategia (¿Campeador, Campi Doctoris?) que a su linaje. Aunque Lord Jim también sabía algo de eso.
Luego, claro está, estoy yo. A un famoso poeta le preguntaron un día si los simbolistas franceses le habían influido mucho y respondió “sí, aunque lo que decía mi madre también”.
De algún modo, creo que en Vamurta he querido construir un mundo perfecto, un tipo de orden moral si os parece mejor, aunque puede parecer extraño, hasta contradictorio, para los que hayáis avanzado en su lectura. Sí, un mundo donde, a pesar de las turbulencias, tarde o temprano todo vuelve a su sitio, y hombres y mujeres ocupa el lugar que les corresponde por sus actos y por sus méritos, algo que no siempre sucede a ras de suelo, hoy. Un mundo en que la justicia sí existe.
Por último, y como único elemento estético a destacar, en Vamurta hay un estudio de la luz, de cómo ésta modifica paisajes y almas. Esto es algo que me sigue sorprendiendo y en lo que pienso desde hace años. Si no, observad vuestro comedor, ese jarrón cerámico que os regalaron, y mirad como se trasmuta su textura, sus volúmenes, de las siete de la mañana a las cuatro de la tarde, hasta llegar a parecer otro objeto. Incluso nosotros mismos nos transformamos. En las fotografías familiares se ve muy claro.
A veces pienso que La Antigua Vamurta es una excusa para hablar sobre el cielo, las nubes y el grado de inclinación del sol, que el resto son argucias para seguir hablando de ello, pero eso tampoco es cierto y sería faltar a la verdad.
Castillo Imaginado
Fortaleza y crepúsculo. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario