6 ago 2018

Rumbo Sur

Publico en el blog esta poesía, Rumbo Sur, del libro Poemas y Canciones de Hierro (Lluís Viñas Marcus, 2018). Un poema largo, poco adecuado para el mundo de pantallas rápidas. Siempre habrá alguien con la paciencia suficiente para leerlo. 


El poema funciona como una canción en algún lugar del Mediterráneo. De este modo, cierro el hilo de Canciones de Hierro, ya que a principios de año publiqué un nuevo libro de poemas y habría que darle espacio.



Rumbo sur

Rumbo sur, rumbo sur,
la luz nos abrasaba.
Bendecida era la ligereza
del bosque de pinos,
hacia el gran Delta.

Bosque de pinos en la boca del mar,
la alegría retorcida del Mediterráneo
que honrábamos siguiendo el camino,
la cesárea ocre entre el agua y la tierra,
vida retenida y con esmero peinada
por el cielo azul, vasto, sin nombre.
El camino del tiempo también,
cuando tú y yo nos conocimos,
nos empujaba la urgencia
como si una perfumada tragedia
nos hubiera amortajado, con dulzura,
en un foso del pasado.

Rumbo sur, rumbo sur,
Las playas largas se pierden,
se funden bajo el resplandor
de un horizonte sin formas,
hacia el gran Delta.

Madre tierra roja, el verde diminuto
y oxidado chispeando, minúsculas flores,
la ruta pedregosa se hundía
y volvía a emerger,
giraba y volvía a entrar en el mar,
que recibía el acantilado y lo detenía.
Las sacudidas de nuestras vidas,
los golpes del amor, la balsa del anhelo.
Nos encaramábamos sobre las playas
de piedras blancas que se adentraban
bajo la línea de las olas, espumeantes
y cansadas, resignadas  a cabalgar
y deshacerse sin remedio
sobre un mundo ajeno
como nuestros cuerpos
frágiles sobre la realidad.

Rumbo sur, rumbo sur,
Calas curvadas
cual cimitarras,
cangrejos y escarabajos,
hacia el gran Delta.

Nuestra hija buscaba esmeraldas
subterráneas. En vano, tú y yo
las habíamos auscultado.
Tú removías los cuchillos
ignorando los escarabajos que surgían
de nuestros pies. Ordenabas cuchillos
y hojas afiladas que luego enterrabas
con un sentido que no entendía.
El ermitaño saliendo de la concha.
Yo dejaba las entrañas sobre las piedras,
declamando sin sentido,
sin hallar mi propio conjuro
para perforar las horas y de ese fingido
desprecio obtener una partitura.
Indolencia, de quien destronado
y prisionero de sí es, y todavía no,
¡no!, así viajando por el sendero
rumbo sur, bajo la luz prometida del Delta.

Rumbo sur, rumbo sur,
puertos lejanos,
blancas nubes,
gaviotas y veleros,
hacia el gran Delta.

Toda una larga mañana,
por fin una entera mañana
que borraba las preguntas
y el dónde iremos, destino,
eco llevado por el aire
de mar a tierra ardiente.
El futuro no designaba amenazas
y los dados del azar dejaban de rodar.
Por fin la música decía, derramada.
Saliendo de un giro
hallamos la herradura de un puerto
con veleros que llegaban
y partían hacia otra horas
pero ninguna de las promesas,
ninguno de los cantos
de cristal nos hirió.

Rumbo sur, rumbo sur
siempre adelante,
quiebros de frontera
del mar indiferente,
dejando caer todo eso
que no seremos jamás,
hacia el gran Delta.

Donde los pinos estrujados
no ponían el pie,
justo delante de las olas,
la roca reluciente
de espuma se desataba.
Sobre el salto del viento
la gaviota cantaba al aura
que nos arrancaba
astillas del presente.
Debe ser esto la libertad,
saberte sin peso
frente a las medidas de las cosas.

Rumbo sur, rumbo sur
apagamos nuestra voz,
nos dejamos llevar,
sombras de luz, mariposas
entre las flores y susurros
de la brisa, reflejos
sobre el mar quieto.

El Delta estaba cerca.
El último corte era un torrente
que moría en un cañaveral
transformado en laguna
bajo los labios del mar.
La prisión de la carpa que tú alimentaste.
El pasillo estrecho en el que nadando
arriba y abajo no podría escapar.
Un retrato posible,
una cenefa de días inciertos
y tardes sordas.
Incauta para las trampas
complejas de las ciudades,
como un Teseo que se estrella
contra el perímetro del laberinto,
así la carpa, así nosotros.

Rumbo sur, rumbo sur,
mañanas tibias,
pendiente abajo
hasta caer
sin principio ni fin,
hacia el gran Delta.

Alcanzamos las playas doradas
donde el sol funde el mundo
estallando sobre la arena.
Recogíamos las conchas brillantes
del mañana hundiendo
el cuerpo en las aguas de hoy,
volviendo a nacer acaso,
contentos de ser, jugando con el viento,
ondeando las toallas como banderas
de un reino carente de hitos,
como nuestras sombras y los condados,
de los hombres y los sueños
hechos sombras corriendo por la arena
hasta desdibujarnos,
hacia el oeste, confundida la línea
de la costa con el sol poniente. 
Rumbo sur, por el oeste surgió
el primer lucero y más allá,
en la confusión del horizonte,
la luz del antiguo faro. §

Rumbo Sur, by Igor.


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5 ago 2018

El Síndrome Mishima

A 31º a medianoche el mundo se ordena de un modo distinto. Ayer, en la pegajosa noche de Barcelona, me di cuenta de que pasado, presente y futuro oscilaban en un único plano deforme bajo la ola de calor. Los libros del pasado y los que algún día leeré se confunden con los recién leídos. Repaso los que he releído recientemente que a su vez fueron leídos hace años. El Síndrome Mishima reaparece en la confusión.



El Síndrome Mishima podría definirse como la “relectura de aquellas novelas que en un pasado causaron una fuerte impresión y que, tomadas de nuevo, años después, resultan de un aburrimiento mortal”, según la definición de la prestigiosa Universidad de Cambridge Analytica. Que son un coñazo, vaya. Esto pensé no hace mucho volviendo al siempre polémico escritor japonés Yukio Mishima. Me ha pasado lo mismo con muchos libros, aunque a veces se da el efecto contrario. Habría que bautizarlo también. Este verano he vuelto a leer García Márquez y lo he disfrutado más, mucho más, que en la primera lectura en esa extraña Barcelona post-olímpica. Ferdinand Céline es de los escritores inmunes al Síndrome, pues estoy con Muerte a Crédito y el libro me sigue pareciendo un portento.

Y me sabe mal, hice el intento de volver a leer Bajo el Volcán, de Malcolm Lowry, y acabé en un bar pidiendo cerveza fría. La culpa la tuvo un tipo, un tipo que parecía normal, que vi el otro día en la playa leyendo este libro. ¿Cómo se puede leer Bajo el Volcán, una novela depresiva donde las haya, en la playa? Leí que Lowry, una vez, escribió una novela de humor. Buscaré esa novela de Lowry, un libro que se me antoja imposible, conocedor que a su vez éste puede sucumbir al Síndrome Mishima.

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4 ago 2018

El gran ano urbano, España y la independencia.

La prensa no ha muerto todavía. Ni los que van por libre, aunque en nuestros tiempos de cólera, ésta es una especie de sapiens en grave peligro de extinción. El periodista Antoni Puigverd, de los pocos que leo, me sorprendió el otro día con esta crónica.  Contenido, forma, libertad. No juzgo la opinión, sí reseño que me sorprendió, como este hallazgo literario, el gran ano urbano, toda una imagen.


02/08/2018

Una de las polémicas de julio en las Cartas de los Lectores de nuestro diario giró en torno a la agresividad de las gaviotas, que, al parecer, atacaron a unos paseantes en Barcelona. Unos lectores las defendían. “Sólo atacan para proteger sus huevos”, sostenían. Puedo certificar que es así. Una vez, hace años, cuando todavía se podía pescar en el entorno de las islas Medes, un amigo, pescador aficionado, me llevó a visitar la Meda Gran. Las gaviotas imperaban en ella con densidad escalofriante, digna de Hitchcock. Cubrían el cielo de la isla como el ejército de aviación al completo. Rehuimos los huevos, que ellas ponen de tres en tres. No nos molestaron, pero fue gracias al pescador, que repetía sin descanso: “Si nos acercamos a los huevos, atacarán con más furia que las ratas”.
¡Qué curiosas son las reacciones que suscitan en nosotros los animales! Odiamos a los escarabajos, pero idealizamos a las palomas. Nos repugnan las ratas, pero las gaviotas suscitan arrebatos líricos. Las ratas reinan en las cloacas. Guardan nuestros secretos: todo lo que excretamos en la magnífica soledad del inodoro. Las cloacas son las tripas de la ciudad. El gran ano urbano. Un espacio tan íntimo como fétido, del que no queremos noticia. En general, tampoco nos interesan las noticias causadas por nuestras reacciones viscerales. Ello explica la curiosa selección de la violencia política en nuestro país: los independentistas sólo subrayan la de la extrema derecha, ignorando la violencia institucional de unos símbolos que, siendo de parte, son impuestos como si fueran de todos. Los antiindependentistas sólo subrayan dicha violencia institucional, pero silencian el abuso coercitivo de la ley así como la creciente beligerancia de las bandas neofalangistas. Y es que no hay paisaje más incómodo que el de las propias deposiciones. Sólo el excremento del otro nos parece maloliente. El periodismo de trinchera actúa como las brigadas municipales que, protegidas con máscaras y armadas con detergentes químicos, limpian y depuran el subsuelo de la ciudad. También el periodismo atrincherado depura, limpia, silencia las apestosas deposiciones de su bando.
Si las cloacas conforman un paisaje repelente que asociamos tan sólo al adversario, los espacios celestiales son muy disputados. Todo el mundo quiere presentarse como una paloma de la paz o una gaviota voladora. Lo que no es más que una derivación política del romanticismo que, en oposición a la promiscuidad urbana, idealizó el azul del cielo y la pureza de las cimas. Las bestias celestiales nos encantan. Graciosos gorriones, pacíficas palomas, ingrávidas gaviotas. Pero no son tan distintas de las ratas. Si estas procrean en las cloacas de la ciudad, aquellas aves se alimentan en los vertederos de basura. Nosotros también somos hermanos de ratas y gaviotas. Las ratas han convertido en patria nuestros excrementos. Y por la noche, las gaviotas irrumpen en el cielo urbano chillando con ardor borracho y guerrero.


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