26 nov 2009

La Fantasía. Una cita en Vamurta.

Aquello que más me seduce del género de La Fantasía, cuando se traslada al arte, es la pirueta que permite ejecutar sobre la deforme realidad. Más concretamente sobre el Yo Cotidiano, que incluye el día a día, el trabajar, estos muebles que me rodean, la rutina y los animales de compañía, sobre todo gatos, que como esfinges de otro mundo, me acompañan.

La Fantasía es un trampolín hacia el otro lado, en el que obsesiones, belleza y miedos, se materializan con una cierta libertad y en las más diversas formas. Sin duda, de este modo, la literatura fantástica puede leerse como un desplante al mundo, como una reformulación de la realidad, muchas veces siniestra.

El inconveniente de esta materia gaseosa es su terrible inestabilidad, es como cabalgar a un potro salvaje o manejar un barro demasiado resbaladizo. Material inflamable. Al menos yo, nunca estoy seguro de nada cuando el sustrato es fantástico. ¿Resultará creíble esta escena? ¿Aquella criatura que he creado, con trazos grotescos, no resultará cómica? Trabajar con elementos dictados por la imaginación se parece en algo a manipular nitroglicerina. O a trabajar con acuarela. Un poco demasiado de agua o un pincel demasiado seco dan resultados muy distintos. Porque la fantasía emana de los sueños, y en mi opinión, se trata de cristalería fascinante, pero siempre frágil.


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Literatura Fantastica
En Antigua Vamurta aparecen elementos propios del género fantástico, con el fin de poblar un universo distinto y cercano al mismo tiempo, en el que no hay reglas a priori y, por tanto, todo es posible.
Sí, hay fantasía, pero ésta aparece progresivamente, a medida que la historia avanza se van introduciendo más elementos fabulosos, de modo que puedan ser asimilados paulatinamente. Es un modo de hacer, válido como cualquier otro.
                                                                     
En la Primera Parte del libro aparecen, surgidos de la profundidad de las tierras de poniente, los murrianos, dispuestos a alcanzar la relativa seguridad de las tierras del este, el corazón de Vamurta y, también, las aguas del Mar de los Anónimos e intentar, así, influir en las Colonias. Los murrianos, seres de fantasía, son un pueblo gregario y muy antiguo, aunque el contacto con el individualismo del hombre gris supondrá algunos cambios, algunos de largo alcance.

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En la Segunda y Tercera Parte, adquieren protagonismo sufones y vesclanos. Ignoro aquí a los Hombres Rojos, porque éstos, a pesar de su color, vienen inspirados por los Años Oscuros de Europa (Dark Ages. Ver en: http://en.wikipedia.org/wiki/Dark_Ages ) y las asombrosas tribus que en este tiempo aparecieron, tras la caída del Imperio Romano.
Los sufones son una de las razas más extrañas y herméticas de este universo en constante transformación. Los vesclanos son, probablemente, la civilización originaria de lo que se denomina comúnmente como “Las Nuevas Tierras” o “Las Colonias”.

Hay otros seres que no mencionaré aquí. A veces en pequeños grupos, también pueden aparecer solitarios, vagando bajo las sombras de viejos robles. Incluso pueden surgir de la nada, o en un paraje aparentemente cercano, posible. En común, los seres fantásticos de Antigua Vamurta anhelan sobrevivir en un mundo convulso, en el que resulta difícil discernir quién es quién y cuál es la frontera del bien y del mal.

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23 nov 2009

Los Pueblos del Mar

Relatos de Fantasía
Las Razas. Los Pueblos del Mar

Cuenta una leyenda de los Pueblos del Mar que Effa, diosa de los abismos marinos, creó al hombre con la loza de una de sus simas más profundas. Una mañana, lo hizo emerger y lo situó sobre una playa. Desde la costa, el hombre emprendió el camino del interior, llegando al corazón del bosque, a los picos donde la nieve nunca se retira, y a los valles lejanos, en los que la uva crece llena y dulce.
Dice la leyenda que algunos de estos hombres jamás olvidaron las palabras de Effa, y decidieron quedarse en la orilla para poder venerarla, generación tras generación, sin olvidarla. Estos son los hombres y mujeres de los Pueblos del Mar. Lejos de querer un hogar, una frontera o una empalizada que defender, desean por encima de todo cabalgar con sus piraguas, partiendo en dos los latidos de las olas.

Y es que este Pueblo se desplaza de un punto a otro del Mar de los Anónimos cada cierto tiempo, disgregándose en una diáspora que les asegura su propia supervivencia, al igual que no es posible aplastar las golondrinas que emigran a los rincones dispares y lejanos.
Las primeras referencias de estas gentes se hallan en los Anales del Tecer Ciclo de la Antigua Vamurta, cuando los muros de ciudades y villas aún estaban hechos de bloques de barro cocido y argamasa. Se habla de una rara invasión a considerable distancia del sur de la capital, de todo un pueblo llegado en un sinfín de naves pequeñas, huyendo, posiblemente de algún cataclismo. De esos hechos queda, en el templo de Arismet, un bajorrelieve desgastado por el tiempo, que narra como el Conde De Sibila los rechaza, cerca del Cerros Blancos. Nada más se sabe de ese choque, aunque algunos historiadores apuntan a que parte de los invasores emigraron al interior de las junglas del sur.


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Raza Pueblos del Mar. By Igor

Son los Pueblos del Mar una de las razas fantásticas de la novela épica de Vamurta. Extracto de la novela "Antigua Vamurta". En abril de 2013 sale publicada la saga completa, ¡la mejor saga de fantasía!, Antigua Vamurta I y II.


“El Conde observó a aquel hombre un rato más. Parecía joven y al tiempo muy viejo. Los brazos y la espalda de un gigante, la expresión de un moribundo. Su piel oscura, sus ojos estirados recordaban a los de un murriano. El hombre llevaba una hilera de pendientes en la oreja derecha y el cabello largo y sucio, atado con una cola. Los otros eran de su clan: la misma piel tostada, facciones parecidas, los colgantes idénticos.
—¿De dónde sois? —inquirió el conde.
—¿De dónde somos? —Hizo el hombre un pausa como si nunca antes se le hubiera ocurrida esa pregunta—. Somos de una tierra que se liga, que se mezcla con la costa, una tierra que juega con las olas, que entra y sale de su madre, la mar... ¿No sabéis quién somos, aún, señor? Fuimos un pueblo libre, aunque éramos pocos, antes que los hombres grises nos rompieran y enmudecieran nuestros cantos. Somos algunos de los que quedan del Pueblo del Mar —dijo el esclavo, sin esperar respuesta por parte de aquel extraño.”

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19 nov 2009

Literatura Fantástica. Luz y héroes.

Luz y héroes en la literatura fantástica, sueño de sueños que se desvanecen. Uno de los pilares de la novela Antigua Vamurta es la recreación del héroe, esa figura que desde los albores de la humanidad ha sido mitificada, y por lo tanto, alejada de la realidad. Cuando uno se acerca al mito, ya sea en el western clásico, en el universo de la Chanson de Roland o en el Señor de los Anillos, los héroes tienen algo en común. Están hechos de una sola pieza y si cometen errores, éstos son atribuibles a esa “masa imperfecta” que es la sociedad que los acuna. Los héroes son de acero endurecido.

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Un buen héroe no tiene dudas, lucha como si el miedo no se escondiera en lo más profundo de nosotros y vive como si el vino, el pan y el amor fueran entes abstractos, cosa de otros que a ellos nos les interesa. Evidentemente no estornudan ni les tiembla el pulso, ni sienten deseos para aliviar sus necesidades básicas. No conocen la fatiga y casi se podría decir que ni ensucian sus galantes ropajes. ¿Los héroes no sudan?

Aquí, hablamos de otro tipo de héroe, al que si le tuviéramos que atribuir algún tipo de primo lejano, éste no sería otro que el Mío Cid, quien arranca sus andanzas con lágrimas en los ojos. El Cid, quizás el único héroe más astuto que divino, un símbolo que le debe más al trabajo y a la estrategia (¿Campeador, Campi Doctoris?) que a su linaje. Aunque Lord Jim también sabía algo de eso.

Luego, claro está, estoy yo. A un famoso poeta le preguntaron un día si los simbolistas franceses le habían influido mucho y respondió “sí, aunque lo que decía mi madre también”.
De algún modo, creo que en Vamurta he querido construir un mundo perfecto, un tipo de orden moral si os parece mejor, aunque puede parecer extraño, hasta contradictorio, para los que hayáis avanzado en su lectura. Sí, un mundo donde, a pesar de las turbulencias, tarde o temprano todo vuelve a su sitio, y hombres y mujeres ocupa el lugar que les corresponde por sus actos y por sus méritos, algo que no siempre sucede a ras de suelo, hoy. Un mundo en que la justicia sí existe.

Por último, y como único elemento estético a destacar, en Vamurta hay un estudio de la luz, de cómo ésta modifica paisajes y almas. Esto es algo que me sigue sorprendiendo y en lo que pienso desde hace años. Si no, observad vuestro comedor, ese jarrón cerámico que os regalaron, y mirad como se trasmuta su textura, sus volúmenes, de las siete de la mañana a las cuatro de la tarde, hasta llegar a parecer otro objeto. Incluso nosotros mismos nos transformamos. En las fotografías familiares se ve muy claro.
A veces pienso que La Antigua Vamurta es una excusa para hablar sobre el cielo, las nubes y el grado de inclinación del sol, que el resto son argucias para seguir hablando de ello, pero eso tampoco es cierto y sería faltar a la verdad.

Castillo Imaginado
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Fortaleza y crepúsculo.

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16 nov 2009

Asedio. Murrianos Frente a Vamurta.

 la nueva novela épica
Ejército murriano ante las puertas de la ciudad.

Murrianos frente a Vamurta

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14 nov 2009

¿De dónde surge Vamurta?


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Imagen de antigua web de Vamurta.

La saga de Antigua Vamurta surge de un papel en blanco, como todas las novelas, supongo. Y de todo aquello que he ido leyendo, escuchando, viendo e incluso oliendo. Soñando. En general, cuando se habla de una pieza literaria, se la referencia a otras, con nombres propios, atándola.

A veces se la relaciona con el cine y viceversa, pero casi siempre se olvida que el autor no es un artefacto mecánico, sino alguien que ha absorbido no sólo literatura o arte, alguien que ha tenido una existencia, ha vivido, y que en su marasmo de recuerdos e ideas que conforman la arcilla para moldear su trabajo, uno puede encontrar de todo.


Decir que soy “un nuevo Tolkien” es faltar a la verdad, por ejemplo. Hay miles de epígonos de Tolkien. En Vamurta influyen los autores de literatura fantástica, pero pesan más autores como H.G. Wells, con guiño incluido, Stevenson o Conan Doyle. Incluso, me atrevería a decir que, tras las páginas de la novela, palpita un aliento poético que subraya la tragedia de estos seres que transitan por este mundo épico y convulso.
Subyace un espíritu de cómic, ya que las tiras de Cimoc o Zona 84, acicates para la imaginación de un chico como pocos encontraréis, resurgen tras tantos años en esta historia. De hecho, cuando empecé a crear este mundo particular, mi intención era hacer un cómic escrito, aunque como veréis, luego la cosa se torció.

También está ahí el cine. Fuente de fuentes. De hecho, en la segunda parte del libro hay un claro homenaje a Dersu Uzala (Kurosawa). Hay un gusto por las películas épicas en todos sus formatos y escenarios, desde fogonazos de Excalibur hasta la soledad del hielo de Doctor Zhivago o el ir a la deriva de un Lawrence de Arabia. Qué grande era Lean.



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10 nov 2009

La Falange Roja. Capítulo II. IV

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Capítulo II
(Fragmento XIIª)

Los chicos bajaron por el camino de los Trapos, siguiendo el trazado exterior de las defensas, hasta saltar a unas rocas donde se sentaron para contemplar, con calma, el espectáculo del puerto. Desde allí divisaban la puerta fortificada que vigilaba el mar. Detrás de la muralla asomaba la imponente mole de la ciudadela, sus altas paredes desnudas, la Torre de Homenaje y sus cuatro vértices rematados con robustas torres de defensa.
Los gatos que se escondían entre las rocas corrieron hasta otro rincón. Hablaban y lanzaban guijarros al mar. Martín siempre ganaba. Su muñeca conseguía que sus piedras dieran más saltos sobre las aguas calmas.
—Mi madre ha sido llamada a la Puerta. Ha salido de casa temprano, llevando su ballesta y la daga. La abuela aún lloraba cuando me he ido —dijo Martín.
—¿Y tu padre? —inquirió Ebasto.
—No lo sé. Se fue hace meses a hacer pieles de antílope, hacia el sur. Madre me ha dicho que no deje a la abuela, pero está todo el día sentada cerca del balcón, mirando la calle y... Me he escapado.
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Los otros no dijeron nada, seguían mirando cómo rebotaban las piedras que lanzaban una y otra vez. Cada uno se preguntaba qué iba a pasar. ¿Qué iba a suceder si la ciudad caía? ¿Estarían en casa, encerrados? Sara pensó, por primera vez, en lo que haría. Tras descartar muchos pensamientos, creyó que lo mejor sería esperarlos tras la puerta de su casa con un cuchillo de cortar carne. Quizá escondida podría evitar los encantamientos que, según se decía, lanzaban aquellos animales antes de atacar. Se veía a sí misma enfurecida, llena de fuerza, lanzando cuchilladas y amontonando cadáveres a sus pies, sin pensar que ella, más bien delgada, a duras penas podía sostener una espada o desviar la acometida de una lanzada. Martín la despertó de su gran gesta.
—Sara, ¿tú qué harás si llegan?
—¿Yo? Pues... ¡No les dejaré pasar! No entrarán en mi casa.
Nadie se rio. Sara había vomitado aquellas palabras, impulsadas por un temor que ahora vivía cerca de ellos. Unos se miraban las sandalias polvorientas, otros, el lento latir del mar. El sol, alto ya en su mediodía, disipaba la niebla de la mañana.
—A mí me gustaría ir a las Colonias. Ahí dicen que también hay murrianos, pero muy pocos —dejó caer Elizabeth, la más pequeña de todos.
—Sí, y aquellos raros, duros como insectos. Y los hombres rojos —siguió Martín.
—¡Son fuertes como diez de los nuestros! —afirmó Sara, cerrando los puños—. Llevan trenzas y colgantes, como las mujeres.
Todos se rieron, haciendo muecas. Sara bailaba entre ellos, dando brincos, despreocupada por unos momentos. Luego se quedaron callados. Cansados de tirar piedras al mar y de observar los trabajos del puerto, decidieron que irían a la Plaza de los Pájaros para ver si se cruzaban con la cuadrilla de los remesas, los hijos de los labradores de las cercanías de la ciudad. Andaban riendo otra vez, empujándose unos a otros. Cualquiera que los hubiera visto, habría pensado que aquellos mozos parecían indiferentes, felices.

Cuando subían por la calle de los Curtidores, una música que surgía de alguna parte, los clavó en el suelo. Era una música conocida. Las notas agudas de las flautas y el ritmo de los tambores hicieron enmudecer toda la ciudad, que escuchaba encogida, atenta, entre la esperanza y una desazón creciente.
—¡La Falange Roja, es la Falange Roja! —gritó Martín, señalando con un dedo la dirección de donde provenía aquella cadencia.
Echaron a correr por los callejones que conducían al este de la ciudad. Corrían como locos, esquivando a los vecinos que salían de sus casas. En todos los rincones la gente se asomaba a las ventanas o bajaban con prisas a la calle. Aquí y allí se formaban corillos. Les iban llegando murmullos, los fragmentos de conversaciones de muchos que, desalentados, empezaban a entender que aquello era el final.
—Dioses de las estrellas, han salido —oyeron decir a un viejo mercader.

La Falange Roja era una unidad distinta, un gran Batallón Sagrado. Un juramento solemne los ataba al condado, al que defenderían luchando hasta la muerte. La salida de aquella fuerza de la ciudadela indicaba que la situación era desesperada. Muchos supieron en aquel momento que los bandos que ofrecía el condado eran falsos. No existía ninguna duda. El Batallón Sagrado participaba en las luchas en casos excepcionales, siempre comandados por el Conde hasta que murió, y más tarde, por el Heredero. Era la última línea de defensa para los ciudadanos de Vamurta, formada por parejas de hombres, parejas atadas dentro y fuera de la jerarquía militar, los conductores y los más jóvenes, los compañeros. Esa doble atadura les otorgaba una ferocidad excepcional, absoluta. Luchaban por el honor y para salvaguardar a aquellos que amaban.

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Ciudadela.

Los chicos, finalmente, desembocaron en la Rambla Este, que seguía en paralelo al trazado de la muralla, donde, antes de la guerra, se levantaba el tumultuoso barrio de pescadores. Giraron Rambla arriba y allí encontraron la cola de la Falange, que avanzaba marcial en columna de a cinco. Detrás, entre los chicos y la Falange, seguían dos brigadas de infantería ligera y dos más de arqueros. Eran las fuerzas destinadas a proteger la fortaleza de los condes. Las gentes de Vamurta los veían pasar como el peor de los presagios. Las madres llamaban a sus hijos para hacerlos entrar en casa.
—Vamos hasta la cabeza de la columna, quizás veamos al Heredero —chilló Sara, entre la confusión de la música y las gentes.

Corrieron siguiendo la serpiente que formaban los soldados, admirando el brillo opaco de las armaduras de un rojo oscuro, las altas lanzas, sus largas espadas colgando de sus cinturones. Aquellos hombretones altos de mirada fija, de fuertes espaldas, quizá sabían que se encaminaban hacia el último acto de su existencia. La cuadrilla continuó hasta la cabeza de la marcha, sorteando los transeúntes. Pero al alcanzar a los hombres que encabezaban la columna, solo vieron al capitán de la Falange y los portaestandartes, llevando en alto la golondrina del condado, la única de todas las unidades coloreada en rojo.

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8 nov 2009

Retrato. La madre de Sara.

Blog de literatura fantástica

La madre de Sara
La madre de Sara
 Sobre de la madre de Sara Antigua Vamurta, héroes y épica.

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7 nov 2009

Los muelles de Vamurta. Capítulo II. III

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Capítulo II
(fragmento XIº)

Dejaron atrás las murallas del mar y llegaron hasta los altos edificios de las atarazanas. Se había levantado una niebla vaporosa que desdibujaba la luz del sol. El horizonte les parecía más próximo y el puerto, más cerrado, como si lo que la neblina encerrara fuera todo el universo existente. Las casas cercanas a los muelles se amontonaban aquí y allí entre los grandes almacenes de madera que sobresalían por encima de las barracas de los pescadores y las tabernas. Sobre las estáticas aguas de los embarcaderos, vieron decenas de naves que descansaban oscilando ligeramente. Un gran bosque de troncos acerados buscando el movimiento.

cuentos de fantasiaSobre los largos muelles había una actividad frenética. Era como si toda la ciudad estuviera ahí, a punto de sobrepasar los límites que el mar marcaba. Cientos de estibadores y marineros cargaban en los barcos cajas y sacos hasta rebasar los límites de las bodegas, hasta abarrotar las cubiertas. Todo se hacía con mucha ansiedad. Los cargadores se gritaban unos a otros, los mayores de algunas familias que empezaban a embarcarse empujaban y se abrían camino a golpes, los marineros corrían sobre las cubiertas moviendo la carga entre las imprecaciones de los contramaestres. Otros se acercaban en pequeñas balandras y botes a remo hasta las naves fondeadas cerca de los espigones. Embarcaciones de dos y tres palos, muchas de doble uso, de guerra y transporte, en casi su totalidad propiedad de grandes mercaderes. En la punta norte del puerto se encontraba la flotilla que obedecía directamente al condado. Estos eran robustos navíos de tres palos y dos castillos, parapetados con escudos. La bandera blanca y negra de Vamurta ondeando, la tripulación dispuesta.

Por debajo de los grandes arcos de piedra de las atarazanas, entraban y salían marineros y calafateadores llevando cuerdas, tablones, herramientas. Se trabajaba sin descanso reparando los cascos de las naves, las maderas carcomidas por los meses y meses de navegación, cambiando cordajes castigados, dejando los transportes listos para volver a zarpar. Quizá por última vez. Parecía que todo el mundo lo percibiera y por esa razón cuanto envolvía el área marítima estaba dotado de un nerviosismo vigoroso. El retumbar del mar quedaba sepultado por las voces de los hombres.
—Aquí hay más gente que en las murallas —dijo Sara, recordando la tarde anterior, cuando con su pequeña mesnada, se habían acercado a escondidas hasta poder ver la brecha.
Aquella mañana no habían visto los pescadores de caña que sacaban los relucientes peces de roca. Tampoco habían visto los tenderetes de pescado ni los hombres discutiendo en las puertas de las tabernas del puerto. Aquello era el preludio de la huída. A Sara le pareció que a muchos solo les importaba hacer llegar a la seguridad de las naves los objetos que conformaban sus vidas. En Vamurta, no todos se preocupaban por defender a los suyos, el último bastión, el hogar de los hombres grises. Muchos habían dejado de creer y aquello hizo pensar a Sara. Quizás deberían huir, también. Dejar atrás aquella amenaza que los ahogaba. Subir a un barco y alejarse, sentirse aligerados. Su madre lo aprobaría. Su padre no.

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4 nov 2009

Los amigos de Sara. Capítulo II. II

Novelas de Fantasía en papel y libro electrónico.

Capítulo II
(Fragmento 10º de Antigua Vamurta)
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Sara siguió corriendo sobre el suelo pavimentado de las calles estrechas, que brillaban bajo la luz del día. La brisa barría el olor a orines y deshechos de los callejones, corría entre casas de piedra y argamasa, de dos y tres alturas, entre fachadas pintadas de colores claros, como el de aquella jornada de verano. No se oía el latir de la ciudad. Corrió ahuyentando sus temores, el corto vestido de lino suspendido en el aire, hasta la plaza de los Boneteros, donde se paró, llenando sus pulmones de aire.
En el otro extremo de la plaza había un pequeño grupo de tenderos que hablaban en voz baja, acompañado sus discursos de gestos secos. No los oía pero bien sabía de qué hablaban. Cerca, amontonados encima de un banco tallado en piedra, como náufragos en una balsa a la deriva, encontró a su cuadrilla. Sara se fijó en que ninguno iba demasiado limpio. La nueva vida en la calle, pensó.
—Nos vamos. Mi madre dice que nos vamos a las Colonias —les espetó, antes que nadie pudiera decir nada.
—¡Cobardes! —contestó Ordel con sorna—. Mi padre dice que nos quedamos. Dice que no entrarán, ¡eso es imposible!
—Te clavarán una lanza aquí —dijo Sara, enrabiada, señalando con un dedo su cuello—. Os matarán a todos, a todos, mientras yo me iré en un barco.
Ordel se lo tomó mal. Calló, cruzando los brazos encima de su pecho. Miraba el suelo. El grupo volvió a sus historias, las historias de terror, cuentos sobre el modo en que los murrianos iban a sembrar de cadáveres las calles de la ciudad.
Ordel dio un brinco y les gritó:
—¡Cobardes! —Se marchó dándoles la espalda. Nadie contestó.
Sara pensaba en su amigo. Lo veía arrastrado y crucificado por aquella especie de bestias. Habían oído tantas historias, que el miedo, ahora cercano, iba calando con rapidez en sus pensamientos. Ellos, que no se preocupaban por las cosas de los mayores.
Un rato después se cansaron de estar ahí, en esa plazoleta casi vacía. Alguien propuso ir hasta las atarazanas, desde donde verían la gran flota.
El grupo se puso en marcha enseguida. Sin que nadie supiera el porqué, de repente, todos apuraban el paso. El puerto siempre era un buen lugar para pasear y más aún cuando casi toda la escuadra condal se encontraba atracada, a la espera. Bajaron por la Avenida que desembocaba en el Bajador del Mar, una de las calles anchas de Vamurta. En el tronco central del paseo crecían grandes tilos de tronco plateado alternados con los majestuosos limoneros de Vamurta que buscaban el sol por encima de las sombras que proyectaban las fachadas. Los laterales eran vías para carros que bajaban y subían del puerto, llevando la carga de los buques de transporte. Era la calle de mayor tráfico, pero aquella mañana encontraron pocos hombres, solo algunos que andaban con pasos rápidos y nerviosos subiendo y bajando del puerto. Parecía que todos se habían quedado en sus casas. Los chicos se sentían los amos de la calle, y aquella sensación los llenaba de un vértigo que los hacía reír por cualquier cosa. Oían sus voces resonando con fuerza, y aquello los hacía sentirse mayores, casi dueños del mundo.

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2 nov 2009

VIVIR EL SITIO. Capítulo II. I

Antigua Vamurta (Saga Completa) es una novela de fantasía y aventuras de 61 capítulos. Una de las mejores sagas fantásticas actuales.los mejores relatos de literatura fantástica

Capítulo 2
“VIVIR EL SITIO "

Sara miraba fijamente cómo su madre escogía los objetos más preciados de la casa, empaquetándolos en fardos cubiertos de tela y atados con cuerda. Nunca había visto a su madre moverse con tanto sosiego. Intuía que todo se estaba transformando en muy poco tiempo. Habían ido llegando más y más gentes de las marcas, a pie o arrastrando carros con sus cuatro pertenencias. Eran gentes asustadas, que se amontonaban en las plazas cercanas al puerto. Más tarde comenzaron a llegar hombres de armas. Ya no eran familias de labradores. Muchos guerreros alcanzaban la ciudad heridos, sin fuerzas, e iban a morir entre largas agonías a la Casa de las Curas. Los rostros sin expresión de los que volvían, las prisas y las carreras por las calles, las reuniones improvisadas en las plazas, llenas de gritos y rumores. Noticias, mentiras, medias verdades que se extendían deprisa...
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Ya hacía unas cuantas lunas que no iba al taller de su maestro platero, donde pulía el metal y en alguna ocasión permitían que lo trabajara. Limas, punzones, polvo y el olor plomizo del taller habían quedado atrás. Vivía, a sus catorce primaveras, en la calle, con otros chicos y chicas, sin maestros, juntándose y separándose como lo hacen las gaviotas entre la cúpula del cielo y el mar, a voluntad. Toda aquella catástrofe de los mayores la favorecía. Hacía muchos días que podía hacer todo aquello que le viniera en gana. En casa solo aparecía para llenar la barriga. Hasta que los alimentos comenzaron a escasear y aquellas bestias se plantaron a las puertas de Vamurta. ¿Cómo que no hacían nada los mayores? ¿No eran ellos la mejor raza, no lo decían los maestros? Aquella mañana, además, la expresión extraña en los ojos de su madre le produjo una sensación opaca. Miedo. Miedo a algo que todavía no sabía definir.

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—¿Nos matarán, los murrianos?
Su madre dejó de moverse, sus manos quedaron paralizadas unos instantes. Veía muy bonita a su madre. Los ojos muy negros y redondos, las largas pestañas oscuras, los cabellos cortos oscilando en una pieza sobre su nuca. Su madre la miró. El sol de la mañana llegaba nítido hasta el comedor, donde se encontraban.
—Nos marchamos en dos o tres días. Quizás tu padre se quede unos días más.
—¿A casa de los abuelos? ¿A dónde?
—¡No! —Rio. Hacía muchos días que no la veía reír. Aquel sonido resonó, libre, entre las paredes azulosas del comedor. De pronto, su expresión cambió.
—A las Colonias —dijo muy seria—. Una vida nueva, nuevos vecinos. Tendrás otros amigos, hay muchos jóvenes, he oído decir. Alquilaremos una casa pequeña cerca de algún puerto. Colgaremos cortinas verdes, nuevas, estas están ya raídas y, y... Tu padre encontrará otro puesto como oficial. ¡Tu padre es un soldado muy valiente!
Su madre calló y tomó asiento en una silla baja de madera, el cuerpo inclinado hacia delante, las manos formando un nudo. De repente parecía otra, perdida en medio de aquella marea de violencia y amenazas. Se quedó así sin decir palabra.
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Sara salió corriendo a la calle. Casi no había nadie. El sol de mediodía caía, borrando las sombras en las calles de Vamurta. Desde hacía un buen rato no se oían las explosiones, allí, en el extremo oeste de la ciudad. El silencio parecía nuevo. Las avenidas deberían estar abarrotadas de vendedores de fruta y especies, de patronas, con su cesto bajo el brazo, llenas de comerciantes nerviosos llevando sus rollos de telas tintadas, de mercaderes de todas las razas buscando y regateando, atareados. Al poco volvió a escuchar el retumbar de las explosiones que paralizaban la ciudad, que la sumían en una tensión expectante, como si tras el trueno tuviera que suceder algo.

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