Ebooks Fantasía Epica. Antigua Vamurta, libros de aventuras.
Capítulo II
(fragmento XIº)
Dejaron atrás las murallas del mar y llegaron hasta los altos edificios de las atarazanas. Se había levantado una niebla vaporosa que desdibujaba la luz del sol. El horizonte les parecía más próximo y el puerto, más cerrado, como si lo que la neblina encerrara fuera todo el universo existente. Las casas cercanas a los muelles se amontonaban aquí y allí entre los grandes almacenes de madera que sobresalían por encima de las barracas de los pescadores y las tabernas. Sobre las estáticas aguas de los embarcaderos, vieron decenas de naves que descansaban oscilando ligeramente. Un gran bosque de troncos acerados buscando el movimiento.
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Por debajo de los grandes arcos de piedra de las atarazanas, entraban y salían marineros y calafateadores llevando cuerdas, tablones, herramientas. Se trabajaba sin descanso reparando los cascos de las naves, las maderas carcomidas por los meses y meses de navegación, cambiando cordajes castigados, dejando los transportes listos para volver a zarpar. Quizá por última vez. Parecía que todo el mundo lo percibiera y por esa razón cuanto envolvía el área marítima estaba dotado de un nerviosismo vigoroso. El retumbar del mar quedaba sepultado por las voces de los hombres.
—Aquí hay más gente que en las murallas —dijo Sara, recordando la tarde anterior, cuando con su pequeña mesnada, se habían acercado a escondidas hasta poder ver la brecha.
Aquella mañana no habían visto los pescadores de caña que sacaban los relucientes peces de roca. Tampoco habían visto los tenderetes de pescado ni los hombres discutiendo en las puertas de las tabernas del puerto. Aquello era el preludio de la huída. A Sara le pareció que a muchos solo les importaba hacer llegar a la seguridad de las naves los objetos que conformaban sus vidas. En Vamurta, no todos se preocupaban por defender a los suyos, el último bastión, el hogar de los hombres grises. Muchos habían dejado de creer y aquello hizo pensar a Sara. Quizás deberían huir, también. Dejar atrás aquella amenaza que los ahogaba. Subir a un barco y alejarse, sentirse aligerados. Su madre lo aprobaría. Su padre no.
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