4 nov 2009

Los amigos de Sara. Capítulo II. II

Novelas de Fantasía en papel y libro electrónico.

Capítulo II
(Fragmento 10º de Antigua Vamurta)
libros kindle
Sara siguió corriendo sobre el suelo pavimentado de las calles estrechas, que brillaban bajo la luz del día. La brisa barría el olor a orines y deshechos de los callejones, corría entre casas de piedra y argamasa, de dos y tres alturas, entre fachadas pintadas de colores claros, como el de aquella jornada de verano. No se oía el latir de la ciudad. Corrió ahuyentando sus temores, el corto vestido de lino suspendido en el aire, hasta la plaza de los Boneteros, donde se paró, llenando sus pulmones de aire.
En el otro extremo de la plaza había un pequeño grupo de tenderos que hablaban en voz baja, acompañado sus discursos de gestos secos. No los oía pero bien sabía de qué hablaban. Cerca, amontonados encima de un banco tallado en piedra, como náufragos en una balsa a la deriva, encontró a su cuadrilla. Sara se fijó en que ninguno iba demasiado limpio. La nueva vida en la calle, pensó.
—Nos vamos. Mi madre dice que nos vamos a las Colonias —les espetó, antes que nadie pudiera decir nada.
—¡Cobardes! —contestó Ordel con sorna—. Mi padre dice que nos quedamos. Dice que no entrarán, ¡eso es imposible!
—Te clavarán una lanza aquí —dijo Sara, enrabiada, señalando con un dedo su cuello—. Os matarán a todos, a todos, mientras yo me iré en un barco.
Ordel se lo tomó mal. Calló, cruzando los brazos encima de su pecho. Miraba el suelo. El grupo volvió a sus historias, las historias de terror, cuentos sobre el modo en que los murrianos iban a sembrar de cadáveres las calles de la ciudad.
Ordel dio un brinco y les gritó:
—¡Cobardes! —Se marchó dándoles la espalda. Nadie contestó.
Sara pensaba en su amigo. Lo veía arrastrado y crucificado por aquella especie de bestias. Habían oído tantas historias, que el miedo, ahora cercano, iba calando con rapidez en sus pensamientos. Ellos, que no se preocupaban por las cosas de los mayores.
Un rato después se cansaron de estar ahí, en esa plazoleta casi vacía. Alguien propuso ir hasta las atarazanas, desde donde verían la gran flota.
El grupo se puso en marcha enseguida. Sin que nadie supiera el porqué, de repente, todos apuraban el paso. El puerto siempre era un buen lugar para pasear y más aún cuando casi toda la escuadra condal se encontraba atracada, a la espera. Bajaron por la Avenida que desembocaba en el Bajador del Mar, una de las calles anchas de Vamurta. En el tronco central del paseo crecían grandes tilos de tronco plateado alternados con los majestuosos limoneros de Vamurta que buscaban el sol por encima de las sombras que proyectaban las fachadas. Los laterales eran vías para carros que bajaban y subían del puerto, llevando la carga de los buques de transporte. Era la calle de mayor tráfico, pero aquella mañana encontraron pocos hombres, solo algunos que andaban con pasos rápidos y nerviosos subiendo y bajando del puerto. Parecía que todos se habían quedado en sus casas. Los chicos se sentían los amos de la calle, y aquella sensación los llenaba de un vértigo que los hacía reír por cualquier cosa. Oían sus voces resonando con fuerza, y aquello los hacía sentirse mayores, casi dueños del mundo.

flores para Sara


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