Quinta parte del relato perteneciente al mundo épico de Antigua Vamurta, "Un día y una noche".
Ciertamente, Antigua Vamurta es una novela de fantasía épica sui generis, aunque en este relato, hay más de novela histórica, de estudio de la psicología de esta hermosa dama en su juventud, que de épica. Por si os interesa, dejo dos enlaces de este mismo blog que miran la Ermesenda histórica (Ermesenda de Carcassona), la real, y la de Vamurta (Ermesenda, Condesa de Vamurta). En fin, sigo avanzando con la historia.
«El cielo era tinta negra y los aromas de jazmín flotaban, a ras de suelo, en plazas y calles. Ermesenda abandonó el palacio bajo la mirada reprobadora de su padre, que censuraba así el gran escote que su hija luciría en la fiesta. Su dama y dos guardias la acompañaron por la Avenida, en la que el latir de la ciudad era un leve susurro, con la luna encaramada por encima de los tejados.
Llegaron hasta las puertas del Gran Teatro, delante del cual se acumulaban otros guardias y criados, armándose de paciencia para pasar allí buena parte de la velada, a la espera de sus señores.
Ante la columnata de la entrada, Ermesenda se despidió de su criada, y fue reconocida por las dos figuras que guardaban el paso, escondidos bajo dos máscaras de cera triangulares, dos leones de expresión pétrea, que nada dijeron mientras cruzaba el umbral. Dentro, en la antesala, reinaba una neblina rota por los puntos de luz de las lámparas y velas, donde las primeras grandes columnas de ese bosque de piedra, bien parecían el límite de un laberinto que se perdía en la oscuridad. Otros dos hombres, éstos de torsos desnudos, impregnados en aceite como los luchadores de odouk, tomaron su capa ligera y le sirvieron una copa de cristal llena de vino dulce, a modo de bienvenida. Paladeó la densidad del vino, mientras oía el aleteo de risas lejanas. Sabía que al llegar al patio del teatro, vaciado de bancos y asientos para la ocasión, sería anunciada, sin que su nombre fuera pronunciado y que, durante un instante, todos los ojos se posarían en ella.
Jacobo y sus amigas la esperaban. ¿La reconocerían? Se recogió el pelo y se hizo una larga cola de caballo, se tapó cuello y hombros con un pañuelo de colores, y se colocó con cuidado su antifaz azul de trazos puntiagudos, a juego con su nuevo collar. La acompañaron hasta la pesada puerta que daba acceso al patio del teatro. Dos guardias más, ataviados con máscaras blancas, abrieron las puertas y vociferaron a los presentes: “¡La Mujer Azul se incorpora al baile!”.
Cuando se apagó la voz de las caretas blancas, el gentío que la había mirado, continuó bailando. Los músicos no habían dejado de tocar sobre el escenario del teatro y la fiesta siguió, burbujeante. Nadie había reparado en ella, o eso parecía. Quizás la habían tomado por una de esas mujeres disipadas que, como era tradición, eran bien pagadas para asistir al baile de máscaras y levantar los ánimos, junto a hombres atléticos escogidos en los rabales de la ciudad para ese mismo fin. Se sintió sin status y así, se adentró en el enorme jaleo de barrigas y cuerpos, de máscaras grotescas y ojos escondidos.
—Hermosa dama, de quien no puedo apartar mi mirar, ¿me concedéis el baile? –oyó, entre las risas, la música y la confusión de aquella masa en danza.
Un hombre de melena rizada, larga y negra, la sujetaba por el codo. Ermesenda dudó, no lo conocía, estaba segura. Llevaba puesto un antifaz rojo, pequeño y fino, que contrastaba con su cara cuadrada, de poderoso mentón. Sus ojos la esperaban. Ermesenda giró la cabeza buscando una salida, y vio que junto a los camareros del fondo, dos de sus amigas enmascaradas rebañaban un platito, vaciando sin piedad las safatas de comida que les iban sirviendo. Corrió hacia ellas, liberada.
—¡Lestra! ¡Carolina! Os reconocería aunque os pasearais con un saco en la cabeza.
—¿Ermesenda? ¡Por Sira! Creíamos que no vendrías. Casi no te reconozco —dijo Lestra, algo asombrada.
—Aquí estoy, queridas —respondió, algo más calmada tras encontrar a dos de sus puntales. Miró hacia el baile. Aquel hombre había desaparecido.
Carolina le ofreció un plato con queso y muslos de pollo braseados en aguardiente. Charlaban, a la vez que el baile iba girando como las aspas de un molino, del que surgían voces agudas y graves, mezcladas con las cítaras y flautas, creando un torbellino mareante. Jugaron a reconocer a aquél o aquél otro noble, a hallar sus preferidos tras esas complicadas caretas, algunas ganchudas, otras monstruosas, aunque de muy pocos estuvieron completamente seguras.
—Esta noche tiene un aire especial. Como de espera —apuntó Carolina.
—Quizás los dioses nos muestren una puerta al mañana —añadió Ermesenda, con sonrisa iluminada, al ver a su amante y prometido, Jacobo, llegar al baile.
Al encontrarse, notó que algo no iba bien. Tras su antifaz de pájaro, sus ojos parecían no concentrarse en nada. Miró sus amigos, que reían mucho, que reían como necios.
—Amada mía —tartamudeó.
—¿Habéis bebido? ¿Es eso? —preguntó Ermesenda sin disimular su disgusto—. ¿Teníais que beber esta noche, la más hermosa del año?
—No, no… No hemos bebido tanto —contestó, inseguro, Jacobo. Respuesta que fue acompañada por las risotadas de sus camaradas.»
INteresante narracion-novela, muy interesante!
ResponderEliminargracias
lidia-la escriba
Hola Lidia,
ResponderEliminarGracias por pasarte. Creo que faltan unos tres fragmentos más o así para acabar.
Un saludo.
Se presiente algo, con ese principio (el cielo de tinta) y ese final. Y lo que va pasando... Logrado :))
ResponderEliminarHola Explorador,
ResponderEliminarNo he sido muy ambicioso con el relato, sobre todo aspiro a que sea entretenido.
Seguirá,
Gracias por pasarte,
Igor.
Desde luego no se puede decir que Ermesenda sea una amante de lo desconocido. Prefiere lo seguro a lo hipotético. Ajuzgar por cómo se deshizo del desconocido del baile.
ResponderEliminarUna cosa. Al principio pones: "Su dama y dos guardias la acompañaron por la Avenida, en el que...". Ese "el", me da que es "la"
Hola dafd,
ResponderEliminarEn literatura, la precisión es un grado. Sí señor, como agradeczo estas puntualizaciones, invisibles a mis ojos.
Bueno, Ermesenda, al fin y al cabo es una noble, aunque en la parte baja del escalafón. No mirará a un desconocido, no.
Gracias por el comentario,
Igor.