19 dic 2014

Nigromancia


Cuando no lo estás buscando, aparece. Sucede cuando abres una puerta y dejas salir a alguien. Un atisbo. O cuando eres tú el que sale del ascensor y, durante el instante, cruzas tu ser con otro ser. No sé que importancia tiene en todo esto el movimiento. Pudiera ser que el movimiento permitiera una imagen fragmentaria del otro. Un fotograma imposible e irrepetible. Todo se desvanece pero todo vuelve a emerger. Como esos libritos hoy en desuso en los que, si dejabas que las páginas pasaran una detrás de otra usando el pulgar, la figura representada, normalmente en blanco y negro, cobraba movimiento, vida por tanto. Pues así veo, a veces, al otro como si fuera una de esas páginas, una a una, congelado para siempre. Es un efecto un tanto inquietante que, al menos mi mente, es incapaz de asumir plenamente. Salgo del ascensor y veo la exacta expresión del otro. Un fogonazo. En ocasiones es miedo lo que veo, otras, pura relajación ante la vida o felicidad rabiosa. Depende de las horas y del sujeto.  Puede ser miedo, cansancio, vacío, serenidad. También me ocurre cuando voy a correr y constantemente el camino que sigo se intercala, fugaz, con otros caminos. O al levantar la cabeza de repente y mirar al otro. La imagen exacta. ¿El alma? ¿O son los distintos colores del alma en continua transmutación? ¿O acaso lo que me sucede, que a tantos nos debe suceder, no es otra cosa que otro falso reflectar de esa máquina tan sofisticada que llamamos mente? Tomo el autobús. Subo el peldaño y levanto la cabeza del suelo. Veo el conductor, se produce el destello. Introduzco la tarjeta de transporte. Camino hacia adentro, buscando un asiento libre. El autobús arranca, se pone en marcha. Dejo de pensar en las bromas que gasta el cerebro. De muchas maneras se puede ir a ninguna y a todas partes.

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3 comentarios:

  1. Fogonazos, disparos de flash, imágenes inconexas que por su fugacidad e inconsistencia no parecen merecedoras más que del olvido; y así es con la mayoría. Pero otras, inexplicablemente, se quedan en el cerebro conformando un recuerdo, un pensamiento, un deseo o algo que nos cosquillea sin saber darle nombre. No es la imagen lo notorio sino el efecto de ella la que alimenta nuestra mente, ¿o es ella misma la propia mente?
    Saludos navideños.

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  2. Sí, a veces la mente parece insondable, la nuestra. Y no digamos la de los demás.
    Un saludo y muy felices fiestas.

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  3. Qué interesante. Realmente, de las personas con que nos cruzamos de vez en cuando solo tenemos una imagen fragmentaria. Con ello podemos, como mucho, montar un collage, por tanto, un caleidoscopio incomprensible de fotos fijas.
    Pero somos evolución, somos tiempo. Una imagen inmutable se puede volver inconsistente con la siguiente imagen inmutable, la dialéctica entre ambas se resuelve saltando a la siguiente, como si fuera el cine. Se nos plantea la paradoja entre lo inmutable (cada fotograma aislado de una persona) y lo fluido. ¿Nos tenemos que quedar con lo inmutable, que proporciona seguridades? ¿Nos quedamos con lo fluido, que incertidumbres? Quizá este sea el mismo enfrentamiento que hay entre los partidarios de conservar y los de progresar. ¿Nos acostumbramos a esperar ciertas seguridades u osamos no esperarlas?

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