1 feb 2015

Relato Corredor de fondo

Muchos domingos salgo a correr. Es un buen complemento para el judo, mi deporte, que es un mezcla de técnica y explosión. Correr me agota. Pero a veces tiene sus recompensas. Llegas a sentirte como un rebeco que, ligero, remonta el cerro. Aunque, siendo realista, la mayor parte de las veces me siento como un viejo jabalí que resopla, cansado, trotando por el asfalto de Barcelona, soñando que corre por un bello bosque.

by Igor

Corredor de fondo

«Correr, correr. Sé que unos kilómetros atrás me desplazaba en círculos por la vasta amplitud del altiplano, esta losa helada sin principio ni fin en la que el cielo pesa más que la tierra. Una vez y otra. Esto era antes, antes de que las piernas fueran dos alfileres de puro dolor. La tierra ocre, replegada y ondulada como un mar estático de matorrales que esconden conejos burlones. El pecho dice basta. Hace rato que focalizo la mirada en este sendero de arenas aplastadas. Me concentro en el túnel. Este camino que se retuerce y serpentea. No doy para más. Oigo jadeos regulares, todavía no hay nadie delante. Si levanto la cabeza de la pista, voy a parar, voy a parar y tumbarme en el barro o sobre los hierbajos secos a ver si pasa alguna nubecilla blanca impulsada por este maldito viento racheado que me está matando. Tiemblo y corro. Quedan aún unos buenos centenares de metros. No puedo sostener el ritmo, imposible, voy demasiado alto.
Es como si el mundo se hubiera reducido a esta visión estrecha que oscila, borrosa por la zancada. Los gemelos son dos piedras que tiran hacia abajo, las rodillas crujen como cáscaras y todo el aire que me falta. No oigo, vibro demasiado, los pulmones… Una sombra mariposea delante, una silueta sobre la pista. No sé qué es. Desaparece un instante y vuelve a recortarse, negra, un poco más allá. Se difumina y, tras un picado, gana nitidez. Parece un azor. Juega, ondea y bascula a los lados como mi vieja cometa. Sigo la sombra, la sigo con el corazón. Una ráfaga de viento la hace dudar, se sobrepone, se eleva, se aleja. Oigo unos vítores. Alguien me abraza, me felicitan. Gritos en el frío. Miro hacia arriba, busco en el cielo límpido. He llegado a la meta, repleta de gente que grita, que anima.  Poco a poco van desapareciendo, el público se volatiza a medida que me acerco a casa. Oigo voces que me llaman aunque sé que no hay nadie. Voy andando, extenuado, ya he llegado al pueblo. Es pronto y las calles todavía están vacías.  Por fin entro en casa, me ducho. Al salir me tumbo en la cama bocarriba, mirando el techo blanco. Cierro los ojos, buscando un reposo. Lo único que veo ahí arriba es la sombra de un azor, sobrevolando el árido altiplano sin fin de esta tierra».

 


Share/Bookmark

16 comentarios:

  1. Vale. El relato acepta todas las interpretaciones que a uno plazcan. Para mí tiene dos:
    a) el corredor está tan agotado que sufre una alucinación: cree que está en una carrera llena de gente, hasta ve un azor en el páramo, pero esta solo. No hay nadie.
    b) Peor todavía. No hay corredor, por tanto no hay azor, por tanto no hay altiplano. Ni conejos burlones.

    Un abrazo. Si al menos te has divertido un poco...

    ResponderEliminar
  2. Su imaginación corre más que él.
    La meta está en el techo blanco.
    Y nunca llega nadie.

    Saludos.

    ResponderEliminar
  3. Lo que me ha quedado claro con esta historia es que de esta no me conviertes al atletismo. Tanto sufrimiento para moverse tan poco no me entra en la cabeza.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es verdad, como alegato a favor del correr es una porquería el relato. También es verdad que se sufre, pero se disfruta. Uno, corriendo, se siente como un austrolophitecus feliz y libre, y eso debí mencionarlo.
      Saludos.

      Eliminar
  4. Ha logrado, cual Filípides, llegar a su Atenas particular. Enhorabuena.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  5. Seguro que el pobre e inmortal Filípides corría descalzo o con unas chanclas rígidas. Quizá sea ese el objetivo, alcanzar la Atenas particular de cada uno. Eso merecería un cuento.
    Saludos.

    ResponderEliminar
  6. Hay como una oscilación entre lo sensual (lo que perciben los sentidos externos como el dolor, los pulmones a los que les falta el aire, los ruidos de la gente que anima...) pero hay un elemento que parece a mitad de camino entre lo real y lo onírico que es ese azor, quien irrumpe en el relato como si fuera una imagen de indómita libertad. Con su planeo y sus picados parece reírse de la gravedad que ata al corredor al suelo. Es como si el corredor envidiara esa falta de límites de la rapaz.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Por cierto, ¿la foto? Jeje, parece una ciclogénesis de esas cerniéndose desde el horizonte.

      Eliminar
    2. Ciclogénesis, esta palabra evoca, por lo bajo, al apocalipsis. Las nubes me fascinan. Pura belleza efímera, desvaneciéndose.
      Sí que hay una oscilación entre lo sensual, lo onírico y la realidad, ese frío punzante, ese agotamiento que provoca que el tipo que corre desvaríe. El azor, las aves, para mí son símbolo de libertad.

      Eliminar
  7. Volveré a leerlo para tener una visión más clara. El corredor, para mí, no ha salido del cuarto.

    ResponderEliminar
  8. Siento el cansancio, las tensiones musculares, la falta de aire, el duro suelo igual a cada metro...Todo es real. Una voluntad irracional pero muy aprendida y aprehendida no permite parar; el recorrido ha de ser completado, y el azor burlón será el notario ingrávido e inapelable desde el cielo. Al final, la dicha de la ducha y el regocijo del recuerdo desde el blando colchón.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ja, ja, el notario ingrávido de nuestros descarríos. Sin duda. La voluntad irracional es la palanca del universo.
      Un abrazo.

      Eliminar
  9. Yo he de estar espeso, porque no le he pillado el gancho al relato. Pero si es cuestión de buscar nuestra Ítaca personal, me apunto. A eso siempre estoy dispuesto.

    ResponderEliminar
  10. Bueno, quizá no haya gran cosa que pillar. Es el relato de una alucinación, puede ser un tipo tan agotado, al final de su carrera, que empieza a tener visiones o un tipo de sueña que está tan cansado que sueña sonar- Como aquel famoso relato de la mariposa y el rey.
    Saludos.

    ResponderEliminar
  11. El soñado soñador que no quiso despertar. Me gusta ese enfoque. Como no podía ser de otra manera, claro.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar