Digamos que es la contrahistoria de una historia inventada. Tiene tela. El último anillo de Kiril Yeskov, un reputado paleontólogo moscovita, da la versión de los orcos a la Guerra descrita en El Señor de los Anillos. Es libro es muy gracioso. Eso sí, arranca pero que muy bien, a mitad del libro Yeskov se pierde completamente y hacia el final lo arregla un poco. Queda, esta novela de fantasía épica que a la vez se burla de la fantasía épica, como curiosidad más que como buen libro.
Nabokov sostenía que
todos tienen sus razones, los orcos por supuesto que también. ¿Alguien puede
imaginarse un mundo gobernado por los orcos? Pues tendría sus ventajas, como
comer con manos y zarpas, algo muy recomendable y agradable pues el sabor es
más intenso, o despreocuparse por la moda de los gipsers y no tener que mirarse
nunca en un espejo a ver si llevo el pelo bien peinado y la barba bien
recortada o no. Pero no. Según Yeskov, los bárbaros son los hombres y los elfos
son una raza sanguinaria obsesionada con su pureza étnica. La civilización, la
justicia, la sofisticación la ostentan las ciudades de orcos y trolls. Un poco
como durante el esplendor de el Al-Andalus, cuando en las guerras civiles entre
árabes en la Península se contrataban ejércitos de mercenarios bárbaros, que
eran los pequeños señores cristianos del norte, que solo servían para la
guerra. Así, los reinos de Umbror, el Mordor de siempre, padecen un ataque con
tintes de limpieza étnica, al emprender los elfos una solución final contra los
orcos, que son la civilización, la tolerancia.
Hasta ahí el libro
es una delicia. Luego al autor ruso se le escapa la trama de las manos, cae en
caminos secundarios y personajes que no tienen mucha gracia. Los tópicos
inundan las páginas y como señalo antes, hacia al final del libro la cosa se
arregla un poco. Ver a Gandalf como un mago ambicioso, frío y egoísta mientras
Sauruman es un sabio librepensador, comprobar que Aragon es en realidad un
caudillo sin piedad cansado de su altiva y frígida esposa elfa produce, sin
duda, una sana diversión.
Otro punto fuerte de
la novela son sus protagonistas. Un oficial médico orco y el sargento Tserleg,
que nada o poco tienen de heroicos. Se trata de personajes anti-épicos, dos
seres humildes que piensan por su cuenta, muy conscientes de su condición de
“pequeños”, que a su pesar, después de meter la pata, equivocarse y caerse de
culo, luchan por un mundo más justo y razonable, el de los orcos.
Se echa de menos,
precisamente, la explotación de esta vía narrativa de versión contraria. «Señores,
Tolkien, como "buen" vencedor que desea aniquilar la existencia del
contrario, tergiversó de cabo a rabo los acontecimientos que desencadenaron La
guerra del Anillo. He aquí lo que realmente ocurrió», escribe Yeskov. Y es precisamente eso lo que
echo más en falta del libro, ya que la mitad o más de la novela se dedica a
hilos aventureros, una especie de libros de espías, en lugar de seguir la
genial idea de sátira, por momentos genial, e inteligente de El Señor de los
Anillos.
Y para degustar de qué va esto, ahí va un
pequeño fragmento de El último Anillo. Vale la pena de leer si uno está
avisado.
«En todo
caso, no era el frío lo que inquietaba en ese momento al orocueno: igual que
haría un animal, escudriñaba el silencio nocturno, y se crispaba, como con un
dolor de muelas, cada vez que un mal paso de su camarada hacía crujir el
guijarral. Ciertamente, era casi impensable que fueran a toparse allí, en mitad
del desierto, con una patrulla de elfos, y además los elfos no ven nada a la
luz de las estrellas: si hubiera luna, todavía... Sin embargo, el sargento
Tserleg, que estaba al mando de un pelotón de reconocimiento en el regimiento
de exploradores de Paso de la Araña, nunca dejaba nada al azar en esta clase de
asuntos y no se cansaba de repetir a los reclutas: «Recordad, muchachos, que
hasta la última coma de las ordenanzas ha sido escrita con la sangre de los
listillos que han intentado hacer las cosas a su manera». Con esos
planteamientos, se las había arreglado para no perder más que dos soldados a lo
largo de tres años de guerra, y estaba mucho más orgulloso de esa cifra quede
la Orden del Ojo, que le había impuesto el general en jefe del Ejército del
Surla pasada primavera. De modo que ahora, en su propia tierra, en Umbror, se
seguía comportando como lo había hecho en el pasado, cuando se adentraba en las
llanuras de Marca. Y había que ver, además, en qué situación se hallaba su
tierra en aquellos momentos...A sus espaldas volvió a oírse un ruido: algo así
como un lamento o un suspiro. Tserleg se dio la vuelta, calculó la distancia,
se desembarazó como un relámpago del fardo con sus cosas (todo ello, además,
sin hacer el menor ruido)y se acercó corriendo hasta donde estaba su compañero.
Éste se había ido desplomando poco a poco, luchando contra la debilidad que
se apoderaba de él, hasta que finalmente fue a perder el conocimiento en
el momento preciso en que el sargento llegaba para sostenerle entre sus brazos.
Sin parar de maldecir, el explorador regresó a donde había dejado el equipaje y
cogió la cantimplora. «¡Buena la has hecho, compañero! No sé cómo nos las
vamos a arreglar...»
—Vamos,
señor, beba un poco. ¿Se siente peor otra vez? A duras penas había conseguido
echar un par de tragos el hombre tendido, cuando todo su cuerpo se contrajo en
un violento espasmo, seguido de un vómito.
—Perdóneme,
sargento —se disculpó balbuciente—. Me ha traído de beber para nada...
— Quítese
esa idea de la cabeza: hay un depósito subterráneo a dos pasos de aquí. ¿Cómo
llamaba usted a esa clase de agua, doctor? Era una palabra curiosa...
—Adiabática.
—No te
acostarás sin saber una cosa más. Muy bien, con la bebida no hay problemas. La
pierna, ¿vuelve a tenerla entumecida?
—Eso me
temo. Escúcheme, sargento...»
Bueno, está bien conocer las dos versiones, y está claro que los orcos tenían sus motivos. Pero yo, lo siento, estoy del lado de la Comunidad del Anillo. Acabáramos.. :)
ResponderEliminarYo, tras leer el Último Anillo tengo mis dudas respecto a la Comunidad del Anillo, y, dejando el piercing de lado, diría que Tolkien cuenta las cosas a su manera, que es partidista, vaya, ... Pero, espera, ¿no era una obra inventada? ¿Acaso los vampiros de verdad no sean de verdad? Oh, Dios, que lío llevo en la cabeza.
ResponderEliminarun placer leer como interpretas lo que lees
ResponderEliminarNo me extrañaría pensar que el propio Tolkien le hubiera dado a Yeskov la idea. De los fragmentos más oscuros de la novela del escritor nacido en Sudáfrica es el dedicado a los Uruk-hai.
ResponderEliminarEs una idea interesante esa de que Tolkien fuera un juglar al servicio de los vencedores, y que en realidad estos no fuesen tan buenos y sus enemigos tan malos. Tenemos ejemplos abundantes en la historia. Aunque, claro, a veces, sí es verdad que hay bandos que no tienen por dónde agarrarse.