Relato Épico Antigua Vamurta. Disponible en descarga en los principales distribuidores de internet.
(4º fragmento)
La noche, como una gran bóveda destellante, era rasgada por el fuego murriano. Las gigantescas bombardas escupían su carga sobre los viejos muros de Vamurta causando enormes estragos. Descargadas de los rinocerontes, habían sido montadas sobre gruesas bases de maderas. Atadas con cuerdas del ancho de un olmo joven, el retroceso de las armas era así frenado, aunque la cadencia de fuego era baja. Contó, por los fogonazos, hasta diecisiete serpientes de bronce que abrían brecha en los muros y en los corazones de los hombres grises. El retronar, las largas lenguas de fuego de esas armas, causaban tanto daño como sus proyectiles. Las puertas de la Torre de Oriente, a pesar de su refuerzo de planchas de hierro, ya ardían.
Desde su improvisada atalaya seguía una vez y otra los trazados y las frecuencias de las patrullas de murrianos que controlaban los accesos a su ciudad. Entendió que la única alternativa para alcanzar los muros de Vamurta era infiltrarse hasta llegar al paraje del Molino Toscado, arrastrarse entre las altas espigas de cebada, dejar pasar una de las patrullas y, cuando esta desapareciera, lanzarse a la carrera hasta el pie de los muros. Era un plan sencillo. Todo dependía de la rapidez y del sigilo con que actuara. Se deshizo de la coraza, de las anchas grebas, dejó caer el pesado cinturón de cuero, se despojó de la cota de malla. Cubierto con un jubón sencillo y calzas negras, descendió del montículo. A medida que avanzaba hacia las posiciones de los enemigos, una incómoda sensación de pánico lo atenazaba más y más. Cualquier ruido lo alertaba, el leve aletear de las aves entre las zarzas lo turbaba, se agachaba por nada, mirando a los lados. Bien sabía que si era capturado su fin era seguro. Ya no pensaba en la suerte de los suyos. Solo pensaba en salvarse. Esclavo, sería un esclavo para el resto de sus días.
Llegó hasta los olivos que precedían a las primeras espigas de los campos. El rugir de las bombardas le proporcionaba la suficiente cobertura para avanzar más rápido en la oscuridad. Corrió hasta el olivo más cercano, se paró jadeante. Estaba demasiado asustado, tenía que dominarse. Respiraba muy deprisa. Corrió hasta esconderse tras otro árbol. Un poco más adelante empezaba el sembrado de cereales, abandonado precipitadamente, sin segar aún, donde podría moverse sin ser visto. Era mejor no pensar, recorrer aquel trecho, jugársela, y una vez allí, descansar. Así lo hizo, a paso rápido, corriendo a intervalos, sin vigilar, concentrando su mirada en las manchas puntiagudas de las espigas que se mecían con suavidad, levantando un leve rumor que se apagaba cuando la brisa dejaba de soplar. El último tramo lo cubrió en una carrera desgarbada, los brazos torcidos pegados a su cuerpo. Se dejó caer en el campo como un muñeco, se adentró un poco entre la cebada y cerró los ojos. Únicamente le faltaba cubrir un terreno de suelo baldío hasta los muros. Oyó retumbar el suelo, eran pasos, muchos. Una columna de murrianos se acercaba como un torbellino.
Creo que me estoy fatigando de tanta tensión con la huída jejejeje.
ResponderEliminarSigo leyendo...
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