22 ene 2010

Fantasía. Un día y Una Noche (III)

Relatos Fantásticos

Tercera parte del relato perteneciente al mundo épico y de aventuras de Antigua Vamurta, "Un día y una noche".

«—Casi me asustas, ¿qué es este lugar? –dijo ella.

flores rojas
—Tuve que esperar a que esa familia abandonara la casa, ¿si no, dónde? –le contestó Jacobo con su voz de tonos graves—. Cada paso que das es vigilado por muchos ojos.

Se abrazaron, Jacobo acarició su cuello de bailarina como si tocara un jarrón de cristal, besándolo con cuidado. Casi no se oía nada en ese minúsculo salón de paredes desconchadas y vacías. Era como si, allí, la calle fuera algo inexplicable y muy lejano. Ermesenda se sentía estremecida, agarrada a las espaldas de su amado, se sentía dichosa. Un hombre muy joven, de piel suave, que la miraba como si tuviera miedo de romperla, sonriente, embargado de emoción contenida.

—Tantas lunas sin poder besarte, sin tan siquiera poder tocarte…
—Nuestras familias. Toda esta ciudad que vigila y susurra —repuso ella—. No lo soporto, Jacobo, no por mucho tiempo.
—Serás mi esposa, y entonces todo esto nos parecerá un instante, nada más —rió, abrazándola de nuevo, apretando sus manos contra la delgadez de la espalda de su amada.
Ermesenda imaginó el día de mañana, en un palacete de la Avenida de la Victoria, lleno de niños, lleno de vida. Un humilde palacio de la nobleza de Vamurta a la espera que alguno de los grandes un día los honrara con una vista. Cerró los ojos y olvidó aquel futuro. Jacobo le había abierto la boca con los dedos y lamía sus labios con prudencia, temiendo alguna reacción contrariada. Sus lenguas húmedas se encontraban, enroscándose en un trémulo placer. Cayeron sobre la cama, rodando entre las sábanas, felices de encontrarse. A ratos se besaban como niños y reían por cualquier cosa. Jacobo la desnudaba con disimulo, esperando que ella marcara las reglas, los límites. Se hizo un lío con las tiras del escote de espalda y se detuvo.
Ermesenda se incorporó, sentada sobre sus rodillas, observando a su amado con una sonrisa enigmática. Empezó a desenredar su cabello rizado, dejándolo suelto sobre sus hombros. De un estirón, lo dejó sin calzones. Dejó caer las tiras de su vestido, apareciendo ante él como una diosa remota que muestra sus gracias a un fiel devoto. La sorpresa dejó extasiado a Jacobo, que quedó sin habla y sin saber muy bien qué debía hacer. Acto seguido, empezó a cabalgarlo con suavidad, equivocándose, obligados a parar para conseguir adaptarse el uno al otro, llegando al final, plenos.

—He tenido un sueño esta noche –susurró, mientras acariciaba los cabellos cortos de su querido—. Me perdía en un bosque espeso, de suelo duro, cubierto de hiedras que se enredaban en mis pies. No había mucha luz y sabía que debía salir de ahí. Caminaba deprisa, pero la espesura parecía atarme… No me movía o me movía muy poco. Creo, creo que las zarzas se enganchaban en mi vestido, en mi pelo y no veía nada. Caía la noche, empecé a correr sin destino, errando, sin ir hacia ningún lado. Las ramas, los matojos altos me nublaban, cuanto más avanzaba más aprisionada me sentía… Llegué a lo alto de un cerro, y a lo lejos, veía las playas de Vamurta y sus murallas, pero no podía alcanzarlas.
—No escuches los sueños –le respondió—. No los escuches, sólo nos traen desgracias. ¿Sabes de alguien que los haya seguido? ¿Qué de algo le hayan servido, amor?
— Jacobo, me sosiegas –besó sus párpados—. Pero desperté con el corazón encogido.
Pensó en la noche de las máscaras. Brillaría como una estrella fugaz, resplandeciente entre la nobleza, querida y admirada. Quizás no era la hija de uno de los grandes, ni sus blasones contaban con un historial de gestas, pero durante el tiempo que durara el baile, quería ser la más mirada. Se abrazó a Jacobo, lo besó en la frente. Ermesenda se sentía llena de dicha, cargada de ilusiones. Incluso aquel piso de familia pobre adquiría una gracia que al entrar no había apreciado.
Se quedaron medio dormidos, abrazados sobre la cama, acompañados por alguna voz y el vibrar de los pasos del piso de arriba. No sentían ni hambre ni calor, ni acusaban el paso del tiempo. Divagaban sus mentes por senderos distintos mientras cada uno sentía el latir del otro.»
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4 comentarios:

  1. Muy hermoso, sentir el latido del otro, todos los sueños futuros...y todo lo demás ;)

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  2. Tambien me quedo con esa parte...
    Abrazados sientiendo sus latidos mutuamente...
    Una escena muy tierna y divina.

    Cuantas sensaciones...

    Besos!

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  3. Hola Explorador,
    Sí, por el momento todo es felicidad, el mundo de Ermesenda, esa mañana, es hermoso. Pero aún ha de llegar la noche.
    Gracias por el comentario y por pasarte.

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  4. Hola,
    En el relato (aún quedan algunos post para acabar) pretendía plasmar un amor de dos jóvenes. Pretendía transmitir ternura, celebro que la hayas sentido.
    Un abrazo y gracias por el comentario.
    Igor.

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