8 ene 2010

Relato Fantástico. Un día y Una noche (II).

 Relato Fantástico

 Segunda parte del relato perteneciente al mundo épico de Antigua Vamurta, "Un día y una noche". Una mezcla de relato costumbrista de mujer y relato erótico.

«Salieron de la gran casa por el callejón de atrás. Ermesenda quería devorar el mundo, a pesar del hedor de la callejuela oscura, de ese otoño que aún no había traído los primeros fríos tras el largo sofoco del verano.

Giraron por la Avenida de la Victoria, bajando aquella rambla atestada, cruzándose con mercaderes y tenderos, soldados y damas que iban al mercado o a dejar pequeñas ofrendas en los templos, suplicando el favor de los cielos. Un murmullo de voces las acompañaba, un sonido discordante cargado de acentos, el latir de aquella mañana en que Ermesenda tomaría partido por primera vez en su vida.
—Escúchame, querida. Tú harás algunas compras ¡lo que quieras! Y dirás que yo las he hecho… O irás al templo, o las dos cosas…
—¿Señora? Hoy hemos comprado pescado de playa, y granos negros de pimienta, acelgas, pan de centeno y también medio cordero para la cena…
—No rechistes. ¿No te lo he contado? Hoy veré a Jacobo.
Su dama de compañía abrió mucho la boca para cerrarla de inmediato. Su señora la estaba arrastrando a un encuentro ilícito que no contaba con la aprobación de los vizcondes, y ella, era cómplice obligada. Un súbito espanto se apoderó de la doncella, temerosa del castigo y de perder su trabajo, pero Ermesenda, leyendo sus pensamientos, la cogió por el brazo.
—Un día seré yo la gran señora. Y Jacobo mi señor, aunque su casa no sea la más rica de Vamurta…Entonces tú serás la mayordoma mayor, con cargo de veinte o treinta sirvientes. De momento coge esto, por tu silencio –dijo, dejándole en la palma de la mano un streich de plata.
Cerró el puño su dama y Ermesenda la empujó hacia delante, hacia el mercado de los pescadores que bullía entre gritos, silbidos y empellones entre las mozas que buscaban la mejor sardina al mejor precio y las señoras que, a pesar de comprar arenques en salmuera o pececillos de roca, no perdían sus aires de alta alcurnia. Pasaron entre la multitud, mezclándose en aquel pasacalles, las caóticas filas de hombres y mujeres que se tejían y destejían, sabiendo, pensaba Ermesenda, que si alguien intentaba seguirlas, las perdería en ese río revuelto. Se detuvieron detrás de un puesto de bacalaos y miraron atrás, sin ver a nadie sospechoso. Entonces, se adentraron en una de las calles laterales, los Hiladores, calle popular en la que los niños corrían bajo castillos de ropa tendida. Ermesenda dudó un instante antes de entrar en un portal estrecho de donde partía una escalera de caracol que giraba hacia las tinieblas del piso superior. Al cerrar la puerta, cesó el rumor del exterior, y ella y su dama iniciaron la ascensión.
—Señora…
—Ya sé. No te preocupes –contestó, algo inquieta—. Mejor baja y espérame en el templo de Sira. Sí, allí nadie preguntará nada.


Al llegar a la primera planta, oyó como su doncella salía a la calle. Ante ella tenía una pequeña puerta sin cerradura. Se agachó para pasar y entró en un piso minúsculo, de aquellos donde las familias humildes de la ciudad se amontonaban unos sobre otros. Quiso marcharse pero le llegó una voz de hombre, alguien canturreaba al otro lado de la vivienda. Se armó de valor y alcanzó el comedor.
Jacobo se giró al oírla entrar. Toda la estancia estaba tapizada con flores, parecía como si Jacobo hubiera comprado todos los ramos de Vamurta y los hubiera esparcido por el suelo desnudo y sobre el único mueble de la casa, una pequeña cama cubierta de lirios sobre la que llegaba la luz del mediodía. Se acercaron, hasta quedar uno frente al otro, indecisos. Él hizo el ademán de acercarse más, pero un leve movimiento de Ermesenda lo frenó. Se miraron, buscando el alma del otro, hasta que Jacobo se lanzó sobre ella y la besó con brusquedad. De un manotazo se lo quitó de encima y volvieron a mirarse. La media sonrisa de Ermesenda devolvió el valor a su amante, que respiró aliviado. ¡Cuánto tiempo! Desde el pasado invierno, cuando se conocieron en el Teatro, no habían dejado de verse, pero jamás habían podido estar los dos a solas. ¡Cuánto tiempo deseándolo! El corazón de Ermesenda resplandecía.»



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6 comentarios:

  1. Siempre el corazon resplandece ante las posibilidades de hacer realidad sus sueños...

    Y, con respecto a lo que escribiste en mi espacio...te deje una respuesta alli...


    Besos!!!


    Entendiste a la perfeccion lo que quise expresar... me gusta tu percepcion de las cosas...

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  2. Hola,
    Gracias por pasarte. Ya verás que Ermesenda, en un día y una noche, sufrirá muchos vuelcos emocionales.
    PD: me gustó esa poesía recortada sobre el que no está.
    Un Saludo.

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  3. igor gracias por tu comentario en bohemia,lo aprecio mucho! y lo que lei por aca.,me hace quedarme por aca...
    muchas gracias
    lidia-la escriba
    www.deloquenosehabla.blogspot.com

    pasa...si no podes entrar buscame http://www.deloquenosehabla.blogspot.com

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  4. Hola Lidia,
    Gracias por el comentario. Espero que te siga gustando la historia de Ermesenda en su juventud. El próximo lunes subo otro trozo.
    Un saludo, Igor.

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  5. Oye es genial la historia, me seguiré pasando para ver la continuación.
    Un saludo

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  6. Hola Ana,
    Me alegra que te guste, pásate cuando quieras.
    (y si alguien no conoce los escritos de Ana Delgado, des de aquí, los revindico. Son fenomenales).
    Un saludo.

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