|
Sylvia Plath y Ted Hughes. Los días felices. |
¿Qué se puede decir de uno de los mejores libros de poesía que he leído jamás? El tiempo a veces tiene sus juegos extraños, como el otro día, que al abrir las “Cartas de Cumpleaños” encontré una nota escrita años atrás en el alucinante poemario de Ted Hughes, que luego os transcribo como pequeño homenaje.
Pero antes decir que los poemas de Birthday Letters versan sobre los seis años de matrimonio, de la vida de dos jóvenes poetas, de la locura, de los momentos felices, del arte, los celos y del suicidio de su esposa, la poetisa norteamericana Sylvia Plath. Vida y Arte.
Por suerte, hoy el libro de
Cartas de Cumpleaños está disponible en papel, en una edición de primera, y también como ebook en PDF, ePUB y demás formatos.
Dice Xoán Abeleira, en
El Azor en el Páramo: «Mas Hughes "el monolito" sobrevivió a todo: a las muertes de sus amores, al crédito y al descrédito, al cáncer de la enfermedad y al cáncer de la sociedad. Y, justo antes de despedirse, volvió a erguir la cabeza, y no con un gesto desafiante, sino "con una compasión infatigable como el amanecer". ¿Qué poeta llega a la vejez inventando una nueva manera de escribir poemas de amor y de traducir los clásicos? ¿Qué artista concluye su vida con la misma originalidad, con la misma temeridad que demostró en su juventud?»
Y es que
Hughes debió sufrir toda su vida la condena, el estigma de ser causante de la muerte de su esposa a los 31 años, según algunos, como algunas asociaciones feministas, tras abandonar el matrimonio por su relación con la poeta
Assia Wevill, que a su vez también se suicidó junto a la hija de ambos, con el mismo método que Sylvia. Terrible y disculpad la anotación, que realmente ayuda a situar el poemario. Resulta difícil comprender cómo Ted pudo seguir adelante. «Es difícil hallar un creador que recibiera tantos ataques, que despertara tanta aversión en buena parte de su ámbito. Librerías, bibliotecas y editoriales de todo el mundo rechazaron sus libros. Algunas universidades se negaron a incluirlo en sus planes de estudios (...), la gente borraba su apellido de la tumba de su esposa, la escritora Sylvia Plath, de cuya muerte lo culpaban», recuerda Abeleria en el
Azor en el páramo, fantástico libro sobre Ted Hughes.
Dejo por estas latitudes el poema Chaucer. Uno de los que me llevaré a la tumba. Sylvia Plath recitando a un grupo de vacas.
Chaucer
“Whan that Aprille with his shoures soote
The droghte of March hath perced to the roote…”
A viva voz, encaramada encima de la pirca,
los brazos levantados –un poco por el equilibrio, un poco
por sujetar las riendas de la atención del público imaginario–
le recitaste Chaucer a un potrero de vacas. Entre el cielo
primaveral, fragante, y el esmeralda nuevo
de los espinos, los crataegus y endrinos,
un arrebato del champange de tu espíritu puro.
Avanzaba tu voz por los potreros hacia el este,
perdiéndose. Pero las vacas te miraban
y se acercaron, les gustaba Chaucer.
Seguiste recitando y recitando. Te parecía
muy bien recitar Chaucer en el campo. Y llegaste
a la Viuda de Bath, tu personaje preferido
de toda la literatura. Estabas como en éxtasis.
Las vacas te rodearon arrobadas, empujándose,
para mirar tu cara, con bufidos
de admiración, atónitas, atentas,
moviendo las orejas para captar mejor
los mínimos matices, a dos metros,
con temor reverente. No podías creerlo. Y no podías
dejar de recitar. ¿Qué iba a pasar
si te callabas? ¿Te atacarían asustadas
por el silencio súbito, pidiendo más? Seguiste.
Y te miraban veinte vacas hipnotizadas.
¿Cuándo fue que dejaste de recitar? No lo recuerdo.
Supongo que las vacas se fueron tambaleándose,
los ojos dando vueltas, como si las atrajesen
con su ración de comida. Quizá
las alejé yo mismo. Pero
tu alta interpretación de Chaucerera ya eterna. Lo que pasó despuésencontró mi atención demasiado ocupaday cayó en el olvido.
Decir que me parece increíble ir a dormir, noche tras noche, con uno de los mejores libros de poesía de todos los tiempos bajo la almohada y no publicarlo hasta estar ante las puertas de la muerte. Ted guardó silencio ante todas las acusaciones. Calló, perseverante, desertando de su condición de actor en el drama, quizás recordando que la vida está formada de muchas otras cosas además de la rabia. El libro de poesías Cartas de Cumpleaños está ahí, para quien quiera leerlo.
Era el primer melocotón fresco que probaba. /// It was the first fresh peach I had ever tasted.
Me costó darme cuenta de cuán delicioso era. /// I could hardly belive how delicious.
A mis veinticinco años estaba anonadado otra vez /// At twenty-five I was dumbfounded afresh
ante mi ignorancia de las cosas más sencillas. /// By my ignorante of the simplest things.
Tras leer esta colección de poemas, uno acaba por entender cosas que ni tan siquiera se había planteado y están ahí, remotas, sutiles, paseando por los prados fantasmales de la mente. Algunas poesías son fuertes, otras duras o terriblemente densas, incluso las hay muy divertidas a momentos. Uno de los movimientos más conocidos del libro es 18 Rugby Street, del que dejo un trozo:
Caminamos hacia el sur atravesando Londres hasta Fetter Lane
y tu hotel. Frente a la entrada
en el lugar donde cayó una bomba, ahora en edificación
nos agarramos aturdidos
para protegernos y nos metimos juntos en un barril
por una especie de Niagra. Mientras caíamos
en un estruendo de alma tu cicatriz me contó
–como contraseña o nombre secreto–
cómo habías intentado matarte. Y oí
sin dejar ni un momento de besarte
como si lo susurrase una estrella serena
sobre la ciudad que giraba retumbando: Mantente lejos.
Una estrella cobarde. No recuerdo
como llegué de contrabando, enrollado a ti,
dentro de tu hotel. Allí estábamos.
Eras tan delgada y suave y ágil como un pez.
Eras un mundo nuevo. Mi nuevo mundo.
Así que esto es América, me maravillé.
¡Qué bella, qué hermosa es América!
Las decenas de impactantes piezas de Birthday Letters mantienen un vuelo de águila real, constante y majestuoso. Y son de una
gran belleza. La belleza y la emoción, una pareja que siempre parecen estar temblando, a punto de desvanecerse e ir a otra parte.
Ted Hughes era un poeta ya famoso y laureado antes de “Birthday Letters”. Muy conocido por sus poemas de animales, bestias vistas por su lado totémico y simbólico. También hay algo de eso en el poemario, como en este fragmento de Tótem:
Otras veces, a un lado, el pájaro azul de los ocho años.
Pero, sobre todo, corazones. O un sencillo corazón rojo.(...)
Pero cuando te arrastrabas buscando seguridad
al seno de tu Ángel de la Guarda
hallabas a tu Demonio Familiar. Como un posesivo
pez-madre, demasiado ansioso por protegerte,
te devoró.
Ahora todo lo que la gente encuentra
es tu libro color de corazón – la máscara vacía
de tu Genio.
La máscara
de quien, abriendo los brazos para envolverte,
te devoró.
Los corazoncitos que pintaste en todo
permanecen, como rastro de tu pánico.
Lo que la herida salpicó.
La huella
de quien te capturó y te devoró sin duda.
El crítico Derek Walcott, en La voz del crepúsculo, afirmó: «La fama de Ted Hughes acaso esté en declive, pues hoy se prefiere un verso minucioso, realista, una suerte de sociología elegíaca , una crónica ordinaria de lo ordinario. Su poesía es solitaria y remota. Las torres y las piedras hieráticas están pasadas de moda (...) Hughes confirió a la poesía una dureza insoportable, un rostro de medusa que paralizó la cháchara que hoy pasa por crítica de oficio.
|
Una foto divertida de los dos poetas. |
En esa
nota que dejé, manchada de vejez, que hoy no acabo de entender, leí:
“La
poesía de Ted Hughes, como una alta ola, me revuelca en agua y arena.
No la controlo, me espera, allí en la orilla. Leo sus poemas uno a uno,
cogiendo aire al terminarlos, agarrado a una baldosa de silencio.
Pido que leáis Ted Hughes, pero no todos sus poemas”.
Recientemente, ha salido publicada "La última carta", que no forma parte de esta antología. Aquí la dejo, el poema traducido al español. Es el giro del gran giro que son estas Cartas de Cumpleaños de Ted Hughes, uno de los más grandes poetas de todos los tiempos.
La Última Carta
¿Qué ocurrió aquella noche? Aquella última noche
En que todo fue expuesto dos veces,
Tres. Te vi viva por última vez
Al caer la tarde del viernes
Quemando en el cenicero con una extraña sonrisa
Esa última carta a mí. ¿Había yo estropeado tus planes?
¿O me había sorprendido antes de lo que tenías previsto?
Una hora más tarde y ya te habrías marchado
Donde yo no pudiese encontrarte.
Yo, con tu carta en la mano,
Un rayo que no podía llegar a la tierra,
Me habría alejado de tu puerta cerrada y roja
Que ya nadie abriría.
Eso para mí
Hubiera sido un tratamiento de choque
Que se repetiría una vez y otra, todo el fin de semana,
Cuando la leyera o simplemente al pensarla.
Eso hubiera ordenado mis pensamiento y mi vida.
El tratamiento que planeabas necesitaba tiempo.
No puedo imaginarme cómo
Hubiera podido soportar ese fin de semana.
No puedo imaginarlo. ¿Lo tenías ya todo planeado?
Tu nota me llegó demasiado pronto. Ese mismo día,
Viernes en la tarde y la habías mandado en la mañana.
La adelantaron los demonios que siempre prevalecen.
Esa fue una más de las pajas de la mala suerte
Que contra ti quiso poner el servicio postal
Y que se añadió a tu carga. Salí rápido por entre la nieve
Ya azulada en Febrero. Anochecía en Londres.
Lloré de alivio cuando abriste la puerta.
Mil y un acertijos a solucionar. Lágrimas precoces
Que no pude interpretar, que fracasaron al comunicar
Su verdadera importancia. Pero lo que dijiste,
Sobre las cenizas aún humeantes de esa carta
Destruida con tanto cuidado, con tanta calma,
Me dejó dejarte, marcharme
Para que quitaras las cenizas de tu plan, del cenicero
En el que apoyaste para que yo leyera
El número de teléfono del doctor.
Mi huida
Se había convertido en un hechizo,
Desesperanzado e insomne, con todos sus sueños gastados,
Y yo sólo quería volver a capturarlos, sólo quería
Caer en algún sitio fuera de ese vacío.
Dos días de no hacer nada. Dos días gratis.
Dos días sin calendario y robados
De un mundo sin nombre
Más allá de lo del día, de sentimientos y de nombres.
El amor de mi vida lo agarró. El desmayado amor de mi vida
Con sus dos agujas locas,
Esas que tejían su rosa, esas que atravesaban y anudaban
En el tapete su tatuaje sangriento
En algún sitio y adentro de mí,
Anudando ese embrollo blasonado,
Dos agujas locas, pespuntando sus pespuntes,
Eligiendo
De mis nervios sus colores,
Rehaciéndose adentro de mi piel, rehaciéndose
La una a la otra como una caricatura.
Su obsesionado entrar y salir. Dos mujeres
Cada una con una aguja.
Esa noche
Mi Susan de De la Robbia. Me moví
Con la circunspección
De una llama en la mecha. Toda mi furia
Era un esfuerzo abandonado de volar
El viejo globo sobre el que las sombras doblaban
Mi delator rastro de ceniza. Corrí
De un lado a otro, corrí mirando atrás, una película al revés.
¿Corrí hacia dónde? Fuimos a Rugby Street
Donde tú y yo comenzamos.
¿Por qué fuimos allí? ¿De todos los lugares donde pudimos ir,
Por qué fuimos allí? La perversidad
En el arte de nuestro destino
Ajustó sus refinamientos para ti, para mí,
Para Susan. Un solitario
Que jugaba a ser el minotauro de ese laberinto
Que incluía hasta a Helena en la planta baja.
Tú te habías fijado en ella: una chica para un cuento.
Nunca la conociste. Pocos la conocieron
Si no era a través de los oídos y la máscara hambrienta
De su perro alsaciano. Tú ni siquiera la habías visto.
Tú tan solo te encogías
Cuando el demente animal se impactaba contra la puerta
Mientras atravesábamos el pasillo
Y la oíamos ahogarse en un infinito odio alemán.
Aquel sábado en la noche abrió su puerta
Apenas unos centímetros.
Susan se encontró con sus ojos negros, con el triste
Sobrepeso y la cara amorosa que se veía
Al otro lado de la cadena. Se cerró la puerta.
La oímos consolar al carcelero en su celda,
En su guarida, esa en la que apenas unos días después,
Lo ahogaría en gas, se ahogaría ella misma.
Susan y yo pasamos esa noche
En la cama de nuestra primera noche. No lo había vuelto a ver
Desde que nos tumbamos en ella la noche de bodas.
No me la llevé a mi propia cama.
Se me ocurrió que con el fin de semana
Pudieras aparecer en una visita sorpresa.
¿Apareciste para tocar en mi ventana oscura?
Por eso me quedé con Susan escondiéndome de ti
En nuestro lecho conyugal, el mismo
Del que en tres años se la llevarían a morir
Al mismo hospital en el que,
En doce horas,
Yo te encontraría muerta.
El lunes en la mañana
La llevé al trabajo, a la City
Y después estacioné el auto al norte de Euston Road
Y volví a donde mi teléfono me esperaba.
Lo que pasó esa noche, en tus horas,
Nadie lo sabe, como si nunca hubiera ocurrido.
La acumulación de toda tu vida,
Como en un esfuerzo inconsciente, como en el nacimiento
Que pasa lento, que atraviesa la membrana de un segundo
Hasta el siguiente, ocurrió
Sólo como si no pudiese ocurrir,
Como si no estuviera ocurriendo. ¿Cuántas veces sonó
En mi habitación vacía el teléfono
Contigo en el tuyo oyendo el tono
Y a ambos lados una memoria que se desvanece
De un teléfono sonando
En una mente que ya estaba muerta.
Cuento las veces que fuiste hasta la cabina
Al final de Saint George.
Ahí estás siempre que miro, apenas
A la salida de Fitzroy Road, cruzando
Entre los montículos de azúcar sucio.
Con tu largo abrigo negro,
Con la coleta a tus espaldas,
Con tu andar que no se mueve ni despierta
Y nadie más anda,
Andando por las escaleras de Primrose Hill
Hacia la cabina de teléfono a la que nunca llegas.
Antes de medianoche. Después. Otra vez
Y otra y otra vez. Y, ya cerca del alba, otra.
¿En qué posición de las manecillas de mi reloj hiciste
Tu último intento,
Ya más allá de mí capacidad de escucharlo
Y agitaste la almohada
De esa cama vacía? ¿Una última vez
Que rozó apenas mis papeles y mis libros?
Cuando llegué el teléfono ya estaba dormido.
La almohada inocente. Dormía mi habitación
Henchida de la nevada luz matutina.
Encendí el fuego y saqué los papeles.
Y apenas había comenzado a escribir cuando el teléfono
Se despertó como alarmado,
Como recordando todo. Tomó vida de nuevo en mi mano.
Y después, como un arma elegida cuidadosamente
O como una inyección,
Depositó con frialdad sus cuatro palabras
En lo más profundo de mi oído: “Su esposa ha muerto”.
Ted Hughes. Cartas de Cumpleaños