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John Howe, Lord of the Rings |
Uno de los problemas de la literatura fantástica es El Señor de los Anillos. Brilla tanto, percibo este libro como tan lejano y sideral, que muchas veces me parece una gran nube que cubre el resto del firmamento. Sin duda El Señor de los Anillos es el mejor libro de fantasía épica que se ha escrito.
Tras el sorprendente éxito de El Hobbit, J.R.R. Tolkien se aventuró a escribir El Señor de los Anillos. Un libro que se escribió entre 1937 y 1949, a pesar de que cuando pidió consejo y opinión, «las pocas esperanzas» se convirtieron en «ni una», según relata el propio autor. Su primera publicación fue en el Reino Unido, en 1955, esto es, ¡18 años después de que Tolkien escribiera la primera línea! ¡Y el hombre quería publicarlo todo en un único volumen!
Lo cierto, es que cuando apareció el libro, la crítica lo recibió con sorna y burla, con algunas excepciones. Se decía que la concepción del Bien y del Mal era infantil. Un crítico estadounidense, Edmun Wilson, calificó la obra de «basura adolescente», incluso se lo comparó con el bueno de Winnie de Pooh, el osito que usaba globos para subir a los árboles para robarle la miel a las abejas. Años más tarde, incluso se habló que la saga destilaba aires fascistas y racistas. Ya estábamos en los setenta. Las razas buenas era blancas y las malas morenas, incluso las facciones de algunos goblins recordaban a las razas de color, y el hecho de que Tolkien naciera en Sudáfrica no ayudaba mucho.
A todo esto, el mismo autor respondió en un proemio que «por lo que respecta a cualquier sentido oculto o mensaje, en la intención del autor, es inexistente. No es un libro alegórico ni tópico (...) La guerra real no se parece a la guerra legendaria»
De hecho, Tolkien, reconoce que «algunos de los que han leído el libro lo han encontrado aburrido, absurdo o digno de ser ignorado.» Incluso de entre los que alabaron la obra, llegaron críticas. Y es que «tal vez no sea posible, en una narración larga, de complacer a todo el mundo en todo, o de desagradar a todo el mundo en los mismos puntos.»
Cuando salió el último volumen de la trilogía en 1955, el poeta W.H. Auden llamó al trabajo de Tolkien "una obra maestra" comparable con El Paraíso Perdido, de Milton. El gran poeta de York fue de los pocos y de los primeros. Luego, con los años, llegaría la locura. En esos tiempos, Tolkien recibió un espaldarazo. Ni más ni menos que del London Sunday Times, cuyo crítico afirmó que el mundo pronto estaría dividido en dos tipos de personas: “Aquellos que ya han leído El Señor de los Anillos y aquellos que están a punto de hacerlo”.
Tampoco es de extrañar la reacción adversa de la crítica. En plena posguerra europea, triunfaba Jack Kerouak y la gran ciencia ficción Isaac Asimov, Ray Bradbury o Arthur C. Clarke. En el cine se rodaba Ben-Hur, Federico Fellini campaba a sus anchas y actores como Marlon Brando, Cary Grant, John Wayne y Charlton Heston vivían sus momentos de gloria. Realmente, El Señor de los Anillos era una rara avis a los ojos de esos críticos de gafas de pasta. Una cosa que no sabían catalogar, los pobres.
Por último, a veces he leído por ahí que El Señor de los Anillos tiene una vinculación o una traslación del mundo en guerra que vivió Tolkien. Seguro que algo de eso hay, pues es inevitable. Pero las experiencias de Tolkien fueron muy duras, y él mismo participó siendo muy joven en la Primera Guerra Mundial, hasta que fue herido en combate y repatriado.
«Es cierto que hace falta encontrarse personalmente bajo la sombra de la guerra para percibir plenamente la opresión; pero a medida de que transcurrían los años parecía como si ahora demasiadas veces olvidáramos que haber sido cogido en 1914 en plena juventud fue una experiencia no menos detestable que haberse visto involucrado en 1939 y los años siguientes. En 1918 todos mis amigos íntimos, excepto uno, habían muerto».
¿La intención de El Señor de los Anillos?: «El motivo primario fue el deseo de un contador de relatos de hacer una experimento con una narración realmente larga que mantuviera la atención de los lectores, los divirtiera, los deleitara y, de vez en cuando, quizás los excitara o los emocionara profundamente».
Y para todo lo demás, hay que hablar con el
cuervo de Poe que diabólicamente repetía ese “Nevermore”.
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Allan Lee y su Nazgul |