Un buen relato de humor corto ¿Cómo llamar a esto, cuento o relato? ¿La vida es así, La vida es bella, Barcelona es bella?
Me subo al autobús, en esta tarde calurosa de agosto. Al alzar la cabeza, me doy cuenta de que estoy en el sitio equivocado. Va a tope y sólo hay mujeres. De hecho, mi esposa y mi hija son las únicas menores de 67 años. Ellas se sientan en el último de a 2 libre y yo me conformo con ir al final, no de la noche, sino del bus. Las miro, morenas y hermosas y olvido todas las tempestades. Hay un asiento libre a mi lado, el último. Pecado. En la siguiente parada se sube la tía de Obélix, que se lanza a la carrera por la recta del pasillo como si al final hubiera un pastel de frambuesa, bamboleante y socio-perfumada se sienta a mi lado, y claro, lo primero que hace es meterme el codo en las costillas. Pienso en Dios, que es misericordioso. El bus arranca con parsimonia, no es el de Larry Ploters, desde luego, ni tan siquiera sirven té. Luego, la señora quiere comunicarse. No conmigo, sino con algún ente que nos sigue, el fantasma de Canterville montado en un vespino u otro autobús donde deben viajar otros ejemplares de su misma especie. «En la Diagonal», dice, «este autobús gira en la Diagonal». Será que su voz traspasa la materia como si ésta fuera un gouyer repleto de agujeros negros, y traza un signo en el aire. Bajan dos octogenarias y sube una pareja de edad. El rostro del hombre parece las nalgas de un guiri tras dormirse al sol de la Barceloneta.
Van irremediablemente borrachos. Solo sentarse, él abraza al pequeño gorrión y le canta una canción: «¿Por qué te maquillas tanto si eres un encanto?, tra-la-la-la, No te maquilles taaantoooo». Y recuerdo un tiempo pasado cuando algunos hombres silbaban y tatareaban melodías en la calle. Ahora no, los jóvenes se encierras en Prision-Spotify. Vuelve a girarse, Ella La Araña, y aplasta su bolso relleno de materia oscura en mi estómago. Se gira, y repite «En la Diagonal, que gira en la Diagonal». Miro por la ventana, busco consuelo en los transeúntes. Intento pensar en otras cosas. La mujer insiste. Mi hija tiene otitis. Tantas volteretas y verticales dentro del mar, caramba. De imitarla, tengo la oreja derecha taponada como una salida de metro. Hay que jugar con los niños, se nos dice. No, hay que darles de comer la mitad, así se están quietos. Miro a mi esposa como un perro que tiene el rabo aplastado en una ventana cerrada, pidiendo auxilio. Ella se ríe, magnífica, y mira por la ventana. Bajamos piano-piano por Passeig de Sant Joan. La tarde arde. Los muchos que no nos hemos ido vamos a alguna parte, lentamente. «Que gira en la Diagonal». No me atrevo a mirar atrás, a las otras. Noto sus caderas bovinas frotándose contra las mías. Veo una gran congregación de gentes al final del paseo, la mare del Tano, pienso, grandes banderas inglesas junto a otras con los colores del papado, pero sin suizos, alabardas y alardeos. El Bus Force One se para en el semáforo y miro con atención. Todo un gran grupo de jóvenes cantan y tocan con guitarras y flautas, danzando en círculo, alegres, las mochilas en medio no sea que un rumano se las lleve. Pienso que en los ochenta robaba los yonquis y que ahora el perfil es bien distinto y se llama miseria. Otra señora pregunta en voz alta: «¿Por qué llevan banderas inglesas?». Siempre me ha sorprendido que la gente vaya a ver al Papa con las banderas nacionales. ¿No es el Papado una institución universal? ¿Libre de ataduras fronterizas? ¿Espiritual? No hay nada tan terrenal como una bandera o un salchichón con pimienta, Globaliza-Globaliza, que podría cantar el Chiquili4. Los jóvenes británicos danzan. Casi no hay pecosos y pecosas entre ellos. Son minoría. Más bien parece una fiesta de la Commonwealth, chinos, paquistaníes, africanos, hijos de gurkas sin pensión… Una de las chicas blancas como la nieve de Hedi viste minifalda y muestra la redondez de sus grandes senos bajo un escote muy veraniego. Me pregunto si éstas son maneras, en una fiesta con espíritu. Y me pregunto qué pensaría mi amigo Benedicto, alias “Ratz”, y aún más, que diría el santo corre-corre, Juan Pablo II, tan peregrino en su vuelo que jamás vio la otra tierra. Siete u ocho grandes Union Jack ondean en mi barrio, que es como mi patio, y bien parecen más apropiadas para seguir a los chicos futboleros de Capello, ese que acuñó la mejor definición de Cristiano Ronaldo, «sabe inglés», mientras la de la blusa años 40 vuelve a preguntar «¿Por qué llevan banderas inglesas?». Mi vecina, la tía de Obélix, halla brecha, y con voz de soprano carajillera grita: «¡Es por el Papa! ¡El Papa!», y mi hija levanta la cabeza, tres filas adelante, y me mira a mí. Hay muchos papas, papos, pupas, púas y sacapuntas, también, y hasta pipos y pipas. «Van a Madrid, pero primero paran aquí». Un razonamiento que debería figurar en la Crítica a la Razón Pura, desde luego, pero la señora no pierde el tiempo, y aprovecha para girarse, meterme el bolso en las narices (¿Qué lleva ahí dentro, en el nombre del Altísimo, ha vaciado un Mercadona o qué?), y con la mano torcida trazar una diagonal en el aire como si fuera la prima de FuManChú. Ostia de dios, los de atrás deben ser austrolopitecus afarensis, como mínimo, no se dan por enterados. Por primera vez desde que hice la primera comunión, y aprovechando que estaba al lado del altar y tenía un micro a mano y pedí «que no aprieten el botón rojo» (eran los tiempos de la guerra fría, hay que entenderlo, jugaba Romay y Solozábal, y esos), junto mis palmas y rezo hacia el cielo, por la ventana. «Oh, Dios», me oigo exclamar, entre sollozos, «soy tu hijo pródigo. Provoca un frenazo y despégala del asiento. Que vuele alto, como un Scud, como la tibia de Kubrick en 2001». La señora me ve, pero ni caso, está claro que no existo. Se revuelve y exclama, «este autobús» y señala con su dedo gordo hacia abajo, «gira en la Diagonal, en la Diagonal», y traza un sinfín de líneas cruzadas con la mano, como si quisiera cortar cientos, miles de ostias sagradas. El otro hombre, en este largo travelling, besuquea a la ardilla roja, y le canta, «no te maquilles tanto, que eres un encanto», «¿por qué llevan banderas inglesas?», se repite la pregunta, enigmática, hasta que la de al lado, que se ha despertado, le responde: «porque son ingleses». Bravo, bravo, bravísimo. Oigo el rugir del motor del autobús como quien oye los cantos de los ángeles en el cielo, aunque Rilke no estuviera de acuerdo, y a mi niña, no la de Rajoy, le duela la oreja y empiece a creer que eso de los ángeles es otro de mis cuentos antes de dormir. Los veranos, como los autobuses y las bicicletas, vienen y van. E la nave va. Y como dijo Fernando VII, antes de cepillarse las Cortes de Cádiz, «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional ». E la nave va, hacia algún lugar que olvidaremos, y yo el primero, en el camino hacia el cielo, que no estoy nada seguro de que tenga escaleras. Allí nos vemos.
Van irremediablemente borrachos. Solo sentarse, él abraza al pequeño gorrión y le canta una canción: «¿Por qué te maquillas tanto si eres un encanto?, tra-la-la-la, No te maquilles taaantoooo». Y recuerdo un tiempo pasado cuando algunos hombres silbaban y tatareaban melodías en la calle. Ahora no, los jóvenes se encierras en Prision-Spotify. Vuelve a girarse, Ella La Araña, y aplasta su bolso relleno de materia oscura en mi estómago. Se gira, y repite «En la Diagonal, que gira en la Diagonal». Miro por la ventana, busco consuelo en los transeúntes. Intento pensar en otras cosas. La mujer insiste. Mi hija tiene otitis. Tantas volteretas y verticales dentro del mar, caramba. De imitarla, tengo la oreja derecha taponada como una salida de metro. Hay que jugar con los niños, se nos dice. No, hay que darles de comer la mitad, así se están quietos. Miro a mi esposa como un perro que tiene el rabo aplastado en una ventana cerrada, pidiendo auxilio. Ella se ríe, magnífica, y mira por la ventana. Bajamos piano-piano por Passeig de Sant Joan. La tarde arde. Los muchos que no nos hemos ido vamos a alguna parte, lentamente. «Que gira en la Diagonal». No me atrevo a mirar atrás, a las otras. Noto sus caderas bovinas frotándose contra las mías. Veo una gran congregación de gentes al final del paseo, la mare del Tano, pienso, grandes banderas inglesas junto a otras con los colores del papado, pero sin suizos, alabardas y alardeos. El Bus Force One se para en el semáforo y miro con atención. Todo un gran grupo de jóvenes cantan y tocan con guitarras y flautas, danzando en círculo, alegres, las mochilas en medio no sea que un rumano se las lleve. Pienso que en los ochenta robaba los yonquis y que ahora el perfil es bien distinto y se llama miseria. Otra señora pregunta en voz alta: «¿Por qué llevan banderas inglesas?». Siempre me ha sorprendido que la gente vaya a ver al Papa con las banderas nacionales. ¿No es el Papado una institución universal? ¿Libre de ataduras fronterizas? ¿Espiritual? No hay nada tan terrenal como una bandera o un salchichón con pimienta, Globaliza-Globaliza, que podría cantar el Chiquili4. Los jóvenes británicos danzan. Casi no hay pecosos y pecosas entre ellos. Son minoría. Más bien parece una fiesta de la Commonwealth, chinos, paquistaníes, africanos, hijos de gurkas sin pensión… Una de las chicas blancas como la nieve de Hedi viste minifalda y muestra la redondez de sus grandes senos bajo un escote muy veraniego. Me pregunto si éstas son maneras, en una fiesta con espíritu. Y me pregunto qué pensaría mi amigo Benedicto, alias “Ratz”, y aún más, que diría el santo corre-corre, Juan Pablo II, tan peregrino en su vuelo que jamás vio la otra tierra. Siete u ocho grandes Union Jack ondean en mi barrio, que es como mi patio, y bien parecen más apropiadas para seguir a los chicos futboleros de Capello, ese que acuñó la mejor definición de Cristiano Ronaldo, «sabe inglés», mientras la de la blusa años 40 vuelve a preguntar «¿Por qué llevan banderas inglesas?». Mi vecina, la tía de Obélix, halla brecha, y con voz de soprano carajillera grita: «¡Es por el Papa! ¡El Papa!», y mi hija levanta la cabeza, tres filas adelante, y me mira a mí. Hay muchos papas, papos, pupas, púas y sacapuntas, también, y hasta pipos y pipas. «Van a Madrid, pero primero paran aquí». Un razonamiento que debería figurar en la Crítica a la Razón Pura, desde luego, pero la señora no pierde el tiempo, y aprovecha para girarse, meterme el bolso en las narices (¿Qué lleva ahí dentro, en el nombre del Altísimo, ha vaciado un Mercadona o qué?), y con la mano torcida trazar una diagonal en el aire como si fuera la prima de FuManChú. Ostia de dios, los de atrás deben ser austrolopitecus afarensis, como mínimo, no se dan por enterados. Por primera vez desde que hice la primera comunión, y aprovechando que estaba al lado del altar y tenía un micro a mano y pedí «que no aprieten el botón rojo» (eran los tiempos de la guerra fría, hay que entenderlo, jugaba Romay y Solozábal, y esos), junto mis palmas y rezo hacia el cielo, por la ventana. «Oh, Dios», me oigo exclamar, entre sollozos, «soy tu hijo pródigo. Provoca un frenazo y despégala del asiento. Que vuele alto, como un Scud, como la tibia de Kubrick en 2001». La señora me ve, pero ni caso, está claro que no existo. Se revuelve y exclama, «este autobús» y señala con su dedo gordo hacia abajo, «gira en la Diagonal, en la Diagonal», y traza un sinfín de líneas cruzadas con la mano, como si quisiera cortar cientos, miles de ostias sagradas. El otro hombre, en este largo travelling, besuquea a la ardilla roja, y le canta, «no te maquilles tanto, que eres un encanto», «¿por qué llevan banderas inglesas?», se repite la pregunta, enigmática, hasta que la de al lado, que se ha despertado, le responde: «porque son ingleses». Bravo, bravo, bravísimo. Oigo el rugir del motor del autobús como quien oye los cantos de los ángeles en el cielo, aunque Rilke no estuviera de acuerdo, y a mi niña, no la de Rajoy, le duela la oreja y empiece a creer que eso de los ángeles es otro de mis cuentos antes de dormir. Los veranos, como los autobuses y las bicicletas, vienen y van. E la nave va. Y como dijo Fernando VII, antes de cepillarse las Cortes de Cádiz, «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional ». E la nave va, hacia algún lugar que olvidaremos, y yo el primero, en el camino hacia el cielo, que no estoy nada seguro de que tenga escaleras. Allí nos vemos.
Jajaja, qué bueno Ígor, no conocía esa faceta tuya tan mordaz. Otro día...mejor viajar de pie, ya se sabe que en verano hay que mantener las distancias.
ResponderEliminarHi. Y eso que tenía un buen día y me lo tomé a risa. Si no, esa dama no baja del autobús. O como mínimo, baja sin bolso.
ResponderEliminarEspero que hayas disfrutado de la broma. Gracias por pasar. Un abrazo.
He llegado a sentir la angustia del calor sofocante, la estrechez del bus y de las juventudes papistas, el avasallador cuerpo de la sociperfumada rozándome, el perfume caducado de la espiritualidad manipulada, el escape del ómnibus soltando una nube gaseosa que todo lo mezcla y confunde... y a Igor, mirando a sus mujeres y clamando: ¡que se pare el mundo que me apeo!
ResponderEliminarMi comprensión y mi saludo
DEMIAN
Que buen cuento. Me hizo sonreír, llevó mi imaginación a otro sitio, mientras me encuentro rodeado de escritorios, computadores y mujeres que parlotean sin cesar.
ResponderEliminar¿Me imagino que esto está basado en hechos reales? A mi también me ha tocado una señora voluminosa al lado. Para los delgados eso puede ser una tortura, sobre todo cuando hay poco espacio.
Ha sido un agrado leerlo.
Saludos, Igor!
Hombre, ahora que se hablan de las juventudes papistas, en el 82, siendo un crío de 9 años, subí media montaña de Montserrat, ¡y de noche! para ver a Juan Pablo II. Cosas de locos. Estaba con los minyons escoltes. Aún recuerdo el trauma del sobreesfuerzo, imaginaos.
ResponderEliminarSaludos.
Al final, y eso que tenía mis dudas, parece haberse convencido este nuestro Papa en un abuelito entrañable, ¿no te parece?
ResponderEliminarMuchas gracias por votarme Igor!!! :)
Muy divertido este fresco tíovivo.
ResponderEliminarJoé, Igor: El rostro del hombre parece las nalgas de un guiri tras dormirse al sol de la Barceloneta. Jajaja.
Yo creo que tienes una mirada como de arqueólogo que excava en la realidad y desentraña lo que de surreal la sustenta. Porque surrealista ha de ser, en el fondo, la realidad que nos toca. No tiene otra explicación.
Hola, buenas,
ResponderEliminarMeme, no sé si este Papa es un abuelito entrañable. Pienso que la Iglesia es una superinstitución, que en temas de ayudas a los necesitados lo hace muy bien. Pero que podría ser mucho, mucho mejor. Y con Ratz, y sus huestes, no hay manera. Viven en otro paralelo. Una lástima.
Saludos.
PD. Quizá en la próxima fumata blanca voten a alguien de este mundo.
dafd, buenas.
ResponderEliminarEs que los hombres somos muy extraños, y yo el primero en la senda... Cuando pienos en los porqués de mis vecinos me quedo en fuera de juego.
Saludos.
Fabulosa la historia. La señora del bolso y su diagonal como la hermana de Fumanchú me hizo gracia :), todo el cuento es precioso.
ResponderEliminarYo no iré al cielo, eso para los buenos.
Un abrazo.
¡Bueno, buenísimo, requetebueno! Me lo he pasado en grande, y sí, muchos viajes en autobús nos dan esa sensación de habernos trasladado a un mundo donde suceden los hechos más increíbles, tanto por lo que pasa dentro del vehículo como por lo que sucede fuera.
ResponderEliminar¡Bravo, Igor! ¡Va mi aplauso!
Es lo bueno de desplazarse utilizando el transporte público, que da mucho juego y puedes transformar lo cotidiano para crear un relato realmente fantástico.
ResponderEliminarUn saludo.
bonito y entretenido viaje de verano, con familia incluida, me gusta Igor, saludos amigo
ResponderEliminarCon lo poco que me gustan los autobuses... y la gracia que me ha hecho éste. jejej Sigue así ;) Un besazo
ResponderEliminarJajaja muy ingenioso Igor. Qué hacer sino reír. La vida es algo demasiado importante como para tomársela en serio.
ResponderEliminarEstupendo relato veraniego, Igor! Para leerlo en el autobús, en hora punta :)
ResponderEliminarUn abrazo y suerte con Vaamurta
Ana
Hola, gracias por pasaros y comentar.
ResponderEliminarLa verdad, con señoras como estas y tipos que borrachos cantan en el bus el "por qué te maquillas tanto..." uno se llega a plantear las razones de hacer literatura fantástica.
Saludos.
Neng quin retrat d'aquesta Barcelona nostra. Et llegia i pensava en estar veient un film del gran Berlanga, pura comèdia corrosiva, incisiva i sortida de mare. Un gran relat amb totes les petites anècdotes espremudes per aconseguir un bon suc. Aquest to aparentment lleuger et proba força bé. ^_^
ResponderEliminarUna lectura que rompe límites porque antes los rompió tu imaginación. Y esa foto es la pizca que falta para entrar en cualquier otro sitio. Enorme ;) un abrazo
ResponderEliminarMuchas veces pedimos inspiración a las musas... ¿Pero que mejor inspiración que la de abrumadora cotidianidad del día a día?
ResponderEliminar;)
Un abrazo!