Cuando la odisea parece estar llegando a su fin, cerca de los grandes y misteriosos lagos que son frontera entre los territorios de sufones, grises, vesclanos y hombres rojos, el camino de los héroes de Vamurta se abre hacia nuevos senderos. En esta novela de fantasía épica, Antigua Vamurta, lo reinvento todo para no cambiar nada.
Eso sí, quedan en sus páginas otros aromas, a lo mejor son los de siempre: la aventura, el esfuerzo y la lucha de un puñado de seres lejos de sus hogares, el amor y la venganza como fuerzas vitales. En los Lagos, las distintas civilizaciones han sido incapaces de dominar sus aguas, acaso atemorizadas por las antiguas leyendas que rodean todo lo que tiene que ver con este profundo abismo sobre la tierra.
Lagos de fantasía de James Paick |
Fragmento de Antigua Vamurta:
«Volvieron al salón donde ardía aquella
gigantesca fogata. El viejo preguntó por Sara, por su familia. Aquel patricio
había perdido mujer e hijos hacía muchos años, durante el naufragio de una de
sus naos de tres palos que hacía la ruta entre Vamurta y las colonias. Desde entonces,
había recorrido mundo. No, no había intentado fundar un nuevo hogar. Había
visitado las ciudades zigurat de los sufones y las ciudades fortificadas de los
vesclanos. También había conocido tribus de pescadores que prosperaban en las
costas, al sur de las colonias, y había visto las tierras de los hombres rojos.
—Orgullosos, salvajes y obcecados. Muy
capaces de cumplir con la palabra dada, un don que los grises hemos perdido
—dijo de ellos.
Había conocido las tres ciudades de los
puros, pero hacía tiempo que no había vuelto por allí. Se había establecido en
la Ciudad de los Lagos cuando esta era poco más que un conglomerado de casas y
factorías. Los avisó de que la ciudad estaba regida por dos señores más, Asc,
el sufón, los aventajaba a él y al tercer señor en hombres y riquezas. Un
sufón, decía el viejo, que no dudaba en estrangular o en dejar a pagar deudas
si el otro no era lo bastante poderoso como para reclamárselas.
De los lagos dijo que eran una tierra
virgen. Nadie había sido capaz de establecerse en las lejanas islas centrales.
Enfermedades y leyendas rodeaban la desaparición de quienes lo habían
intentado. Se hablaba de muchos desparecidos. Tripulaciones enteras y familias,
de las que quedaban sus cabañas derrumbadas, escondidas en la casi permanente
niebla y la densa vegetación.
El Alma Blanca era el centro de
aquellas aguas, el centro de los lagos, una superficie enorme donde no se
distinguía la línea tortuosa de las riberas.
—Explica una leyenda sufona que allí,
las aguas son tan profundas que se comunican a través de túneles eternos con
los mares. Se dice que abajo, muy abajo, habitan los primeros sircads, que
ningún ser de nuestra tierra puede herir. Dice la leyenda que esas fosas
abisales son el hogar de algún tipo de cíclopes marinos, un tipo de bestias
gigantes, capaces de engullir y arrastrar hasta la más absoluta oscuridad una
gran barca de pesca. Yo os puedo decir que cerca de allí he visto tiburones
azules como el cielo y espricones largos como cinco hombres. Todo un mundo,
todo un mundo…
Creo, y debéis recordarlo, que los
lagos son las aguas de todos pero también son aguas de corsarios, y sí, nadie
sabe bien qué hay en el Alma Blanca, ni qué hay en sus entrañas, muy abajo,
donde no llega el calor del sol. No son aquellas buenas aguas para navegar.
El viejo patricio se calló de repente,
haciendo una mueca extraña, como el que recuerda un mal pasaje del pasado. Se
levantó y antes de marcharse los citó en la taberna de las Dos Anclas, a la
mañana siguiente.
Serlan y Sara volvieron a su nuevo
hogar. Pasaron la tarde acondicionándola y sacando polvo. Antes que llegara la
noche, cuando las cosas guardan silencio. Se abrigaron y salieron a pasear. El
conde no sabía cocinar, así que tras lavar las dos truchas y la carpa que
habían pescado en el lago, dejó que Sara las hiciera en el rudimentario horno
de arcilla, mientras él la observaba, bebiendo breves sorbos de vino.
Aquella noche, los dos sufrieron
pesadillas. Algo los hundía en un remolino del que no podía salir, hacia el
fondo de las aguas del lago, hasta el negro absoluto.»
Precioso, me encantó¡¡¡
ResponderEliminarBesos¡
Enhorabuena Igor¡
Gracias Igor por este fragmento y poder pasar un rato en esos lagos. Aún me parece oler esas aguas misteriosas donde no, no se me ocurriría navegar...
ResponderEliminarSaludos,
Seguro que yo no navegaría. Te reirás de mi, pero el submundo de la Ciudad de los Lagos proviene de mil cosas, claro, pero también de una pesadilla recurrente de cuando era un chavalín: un río estrecho, no más que un torrente, pero tan profundo que llegaba al núcleo de la tierra. Una pared de agua sin fondo llena de criaturas abisales.
EliminarSaludos.
Cambiando -parcialmente- de tercio, tu texto de Vamurta me recuerda una pregunta que tenía pendiente. ¿Alguna forma de conseguir las leyendas de Taonos para leer de un tirón sin internet (pdf, ePub, etc)?
ResponderEliminarMiércoles, pues no, no la hay. El relato de Taonos está insertado al final de "37 Relatos...", pues creé un apéndice con los cuentos de Vamurta. Se me ocurre imprimirlo. Y me sabe mal no poder dar alternativa. De todos modos, dame un par de días que igual cuelgo un archivo en Google sites con los pocos cuentos de Vamurta reunidos, al menos así sería más cómodo para imprimirlos.
ResponderEliminarEsta parte de la novela siempre me pareció lo mejor de la misma. La aventura que corren allí es como una subnovela dentro de Vamurta. Los lagos son una misteriosa encrucijada, una tierra de frontera, pero no con otro país o civilización sino con otro mundo y otro tiempo. Hay otras fronteras semejantes a lo largo de Antigua Vamurta, aunque esta es mi favorita. Los sircads deberían emitir un grito: ¡Ahab! ¡Ahab! ¡Ahab!
ResponderEliminarGracias dafd,
ResponderEliminarSaber que te gustaron tanto los lagos me reconforta. Y sí, es como un subnovela dentro de Vamurta.
Los sircads deberían hablar, como los tiburones.
Saludos.