Urgencias
La pandemia
en Ciudad se arrastró
hasta tocar
lo más cotidiano.
Nos han
encerrado. Madera mojada.
Como si
lloviera a cántaros
y no
fuéramos capaces de adivinar
cuándo el
sol mostrará su hocico
entre la
maldad de las nubes.
Las
libertades conducidas, en nada.
¡Oh, señor
mío! Pongo a sus pies
mis
derechos, esta ausencia de rebelión,
a cambio de
vagas palabras, una curación.
En los
hospitales trabajadores acorazados
con tres
milímetros de papel charol
intentan
taponar la brecha volcánica,
la muerte
borboteando, extasiada en su poder.
En las
cabezas de los moradores
de Ciudad
estallan consignas sin fin.
¡Son héroes!
¡Héroes! ¡Un aplauso!
Perversa
sonrisa de esta satrapía de libertad.
Hacer creer,
viejo truco, a la carne de cañón
que son
ángeles de la tribu. Muertos,
pulmones
mutilados con aliento de ruiseñor,
a fin de que
el desastre no desborde el desastre.
Mañana
Ciudad no llorará a los que no están.
Serán dejados
en las cunetas del ya-no-importas.
¡Los negocios
rugen! ¡La vida es lucha! ¡Esforzaos!
Muchos
volveremos a las todavía más precisas
cuadrículas,
un poco asustados, todavía más pobres,
en arresto,
agradecidos, casi seguros de estar a salvo.