Relatos fantásticos, el libro |
En el libro de relatos cortos 37 Relatos para leer cuando estés muerto, que publiqué a mediados de 2012, hay un buen puñado de relatos fantásticos y de ciencia-ficción. No todos los son, en 37 Relatos, hay sitio para el relato costumbrista, para esa infinita madeja que son las relaciones entre mujeres y hombres, también encontraréis relatos ácidos y otros cuentos de tajo humorístico.
Entre los relatos fantásticos, el titulado Siesta, que ya posteé en este blog y fue seleccionado y publicado para el número 216 de la revista Axxón, siempre ha estado entre mis favoritos. No os digo más, porque los habrá que no lo han leído. Para los que creen recordar este relato de fantasía sólo citar las palabras del mago Merlín en Excálibur: «Desgraciadamente, la perdición de los hombres es el olvido.».
Podéis descargar este ebook de relatos en los distintos Amazon (Amazon.es y aquí, Amazon.com, por ejemplo). Y por supuesto os lo podéis bajar para tablets, smartphones, iphones, Samsungs, etc. , en formatos PDF, epub, mobi, kindle en GOOGLE PLAY, pinchando aquí: 37 Relatos en Google Play.
RELATO SIESTA, de Igor Kutuzov
Dejé el periódico sobre
la mesilla, me moría de sueño. El sol de primera hora de la tarde me cegaba,
así que me moví hasta la única sombra del jardín. Apuré el café y aplasté el
cigarrillo en el cenicero. Una buena siesta sería mi salvación.
Me metí en
casa para tumbarme en la cama de matrimonio y cerré la puerta. Se oía algún
pájaro. La luz era una bendición que, lejos de calentar en exceso, me
amodorraba sobre las almohadas. Cerré los ojos.
Me he despertado
muy mal. Estoy temblando. Siento como si me hubieran cubierto con un manto de
hielo. Es de noche, noche profunda. ¡Mierda! Pero, ¿cuántas horas he dormido?
Es esta asquerosa vida, siempre con prisas. Y luego llega el sábado y estás
reventado. He dormido una eternidad. Le doy al interruptor. Encima, no
funciona. Esto me pasa por vivir apartado en una casita de una urbanización. En
la ciudad, casi nunca se va la corriente. Tengo frío. Abro la puerta, el
comedor parece un gran congelador. ¡Estoy harto! Me bajo a la ciudad. Dejo las
maletas, lo dejo todo, y ya pasaré el próximo fin de semana a recogerlo. Quiero
estar en mi cama, en mi piso, caliente, comerme una pizza y ver la tele,
¡cualquier cosa! Este despertar… No, no debería haber dormido tanto, me ha
dejado mal cuerpo, como una sensación asquerosa. Salgo al jardín, cierro la
puerta. Bajo, casi a tientas, hasta la calle. ¡Aggg! Mi cabreo ahora es
monumental. El coche no está. Me lo han robado, ¡hijos de puta! ¿Y ahora qué?
La impotencia me domina y me enreda, doy una patada a un pedrusco. ¿Y ahora
qué? ¿Cómo vuelvo a mi piso? ¿Cómo bajo? Todo mi plan al traste.
Alzo la
cabeza, esta noche la oscuridad es total. Una monstruosidad de nubes domina el
cielo y apenas se ve nada. En la urbanización también se ha ido la luz, no veo
ni una maldita ventana iluminada. ¡Baaahhh! El manto cerrado de la noche parece
resquebrajarse, sobresale, entre los nubarrones, una pata de la luna y tras
ella, medio cuerpo. ¡Dios! ¡Los árboles! ¡La montaña de enfrente! Ha desaparecido,
es como si alguien la hubiera partido. Veo, pero no quiero ver. Las casas de
mis vecinos..., están derrumbadas. En un momento de lucidez, me vuelvo y miro
el chalet. Solo queda la planta baja, toda la segunda planta ha quedado
despedazada, algo la ha arrancado de cuajo, algo la ha triturado. Madre…
Pruebo de
respirar hondo, de tranquilizarme. Caigo en la cuenta de que no hay ningún
coche en la calle, que el asfalto ha quedado pulverizado, fragmentado en
pequeños cráteres. Sufro un intenso vértigo, todo se desploma. Me siento en el
suelo, en medio de una enorme urbanización vacía. Me cubro la cara con las
palmas de las manos. ¿Qué ha pasado? ¿Cuánto tiempo he dormido?
Intento
recapacitar. Mis padres murieron, estudié medicina, tuve un amigo llamado José a
quien le gustaba montar enormes mecanos y con el que a veces iba a cenar. Dos
niños y una niña, bueno, antes me casé y luego me divorcié. Trabajo, trabajo
todo el día. Nada. Nada concuerda. Levanto la cabeza porque se oye un enorme
zumbido en el aire, entre los cascotes negros del cielo aparece una enorme luz
azul que desparrama energía, oscila, se detiene un instante y sale disparada a
una velocidad sónica, hasta apagarse en el infinito. Miró a derecha e
izquierda. Ahora me doy cuenta. Todo cuanto me rodea está helado y tengo un
hambre atroz.
Pienso en mis
hijos, en la que fue mi esposa. ¿Qué habrá sido de ellos? Allí, al fondo del
valle, por donde se veían las luces anaranjadas de la autopista, todo es
oscuridad. Esto, esto que ha pasado... Bajo al pueblo, a ver. Puede que allí
esté todo bien, que estén todos. Un instinto nuevo me impulsa a correr, a
correr cuesta abajo sobre el asfalto duro, roto y frío. Las piernas son dos
inmensos muelles de acero, como si no formaran parte de mí. Descubro que soy muy
veloz. Debe ser el hambre. Al llegar a la recta me percato de que el pueblo es
una masa fantasmagórica, lo único que sigue igual son los plataneros de tronco
ancho que flanquean la entrada. Sigo corriendo, el cansancio es algo que no
existe. ¡Joder! ¡Tengo el corazón de un caballo!
Las primeras
casas han sufrido los efectos de un cataclismo o lo que sea. No se ve a nadie,
no se oye nada, no hay luz. Avanzo por la calle mayor. El estanco es un montón
de escombros, al igual que la casa de los Gutiérrez, al igual que el videoclub,
del que solo queda el rótulo naranja, desprendido de la fachada. Nada, no queda
nada. Debería llorar, pero el calor abrasador que siento en las entrañas, el
dolor en brazos y manos, me lo impide. Debo encontrar algo para comer. Troto
hasta la plaza mayor. El campanario se ha partido y ha caído sobre el
ayuntamiento. De las paredes encaladas de la iglesia queda un muro, detrás del
altar. Poco importa, aquí al lado está la carnicería. Me dirijo hacia allí. La
tienda ha sufrido menos desperfectos, siguen sus cuatro paredes en pie y parte
de la techumbre. ¡Carne! Justo cuando me planto frente al escaparate, creo ver
una figura reflejada en los vidrios rotos. Es una visión fugaz. Ahora esto,
cuando tengo la comida cerca. Me he sentido amenazado, esos ojos brillantes en
el cristal… Con prudencia, entro. Está todo patas arriba, un caos de latas y
cajas de galletas, de botellas petrificadas, estanterías polvorientas y barras
de pan heladas tiradas por el suelo. Mi olfato se inquieta, percibo algo que me
provoca tembleques. Muevo sin darme cuenta la cabeza de lado a lado. Este olor.
Es maravilloso.
Me lanzo al
suelo y repto hasta esconderme detrás del mostrador vacío. Sobre la plaza del
pueblo flota algo, una luz violeta muy intensa ilumina cada una de las fachadas
derruidas. ¿Por qué me escondo? Eso que flota podría ser ayuda. Se oye un
zumbido extraño, como un bombeo de aire o de algún tipo de líquido. Es esa
máquina voladora. ¡No! No me van a cazar, mejor sigo invisible, aquí, cerca de
este hedor que surge de alguna parte. El resplandor desaparece en un instante.
Quiero ponerme de pie, pero me siento cómodo a cuatro patas, también. Reviento
con los dientes una lata de judías, fabada no sé qué. No puedo, siento una
náusea repentina. Frenético, destrozo bolsas de macarrones, lanzo contra la
pared packs de yogures podridos,
hasta que debajo de un montón de bolsas y cartones encuentro un gran pedazo de
cordero. Abro mis fauces y desgarro la carne medio congelada. Era eso, ese
olor. Me siento mucho mejor, hasta olvido qué era lo que me preocupaba, por qué
sufría.
Se abre la
puerta de la tienda. Aparece una figura extraña, una mujer de ojos
fluorescentes, de piel lívida. Entra desnuda, dando un manotazo a la puerta,
medio erguida sobre sus patas cubiertas de un vello tieso y blanco. Me levanto,
agarro un gran cuchillo de carnicero, pesado y de hoja ancha. Quiero
preguntarle algo, de dónde sale, pero de mi garganta surge un alarido atroz que
me asusta. Me mira, y mira los restos del cordero. Se arrima, me husmea. Pienso
en tajarla con el gran cuchillo, pero la sorpresa quizá, me lo impide.
Se acerca a mi
cuello y me da un lametazo. Su lengua es áspera y caliente. Tras esto, agarra
los restos de carne y se tumba a mis pies a comer. Mandan las entrañas, hay algo
nuevo. Me estiro a su lado, rasco esa espalda curvada, transparente. Noto la
dureza de su cuerpo tibio bajo mi peso y le doy un lametón, como muestra de
buena voluntad. Ella me mira y ronronea, satisfecha. Marco los colmillos sobre
su cuello, mientras come. Siento un gran placer al mordisquearla. En el
exterior, ha vuelto el silencio. Pienso que todo el pueblo y el valle es
nuestro, ¡el mundo entero!, para correr y cazar a placer durante una eternidad.
—Fin—
Lo conocía. Me gustó entonces y me gusta ahora. Tu vuelta es más que bienvenida.
ResponderEliminarAh, estaré un par de días por aquí... Pues, este relato fantástico nace del sueño tras una siesta, precisamente. Un sueño de miedo. Qué poderoso es el miedo.
ResponderEliminarBesos.
Vaig a comprar-lo ja mateix. Comencen les nits a l'hospital i qui pot ser millor company què tu?
ResponderEliminarSalutacions!
Joder, Dissortat, cuanto me alegra que te compres el libro. Espero que pases un buen rato, que para eso està.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola me ha gustado tu blog y tus cuentos; te felicito. Yo también tengo un blog de cuentos fantásticos: ecodehadas.blogspot.mx
ResponderEliminarSaludos
Buenas Karolina. Muchas gracias. Espero que estos relatos fantásticos que te guste. Y me miro la página, ¡Ipso FactoRRR!
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