Recuerdo mi profesora de conducir. Tenía el cuerpo
achaparrado y era bajita. Algo chepada. El pelo negro, áspero, corto y mal
cortado. Una Quasimoda barcelonesa. La cabeza pequeña de facciones estrujadas
como si temiera la luz del sol. Era fea y mayor. Tan fea que incluso el día en
que la conocí me sorprendí un poco. Era buena profesora. Exigente en el punto
justo, seria pero no severa. Vestía sin gracia como un hombre. Sabía enseñar,
incluso ser paciente con un alumno disléxico (“Gire a la izquierda. ¡Contradirección!,
¡he dicho izquierda!”) y poco interesado en el arte del volante como yo. Con el
tiempo entramos en el indefinido territorio de las confidencias. Sabía contar
cuentos con un tono de voz monocorde y desprovista de artificios. Me contó que
tuvo un novio que le duró dos domingos de barbacoas y que entre semana no hacía
nada. Eso sí, en la tarde-noche del sábado llegaba el momento de gloria, el
breve éxtasis que le permitía sobrevivir semana tras semana. Se citaba con
otras dos amigas e iban al bingo. Se tomaban unos cubatas y compraban un cartón
tras otro. Bueno, de hecho me contó que se tomaba seis o siete cubatas. Incluso
algún domingo por la tarde pudiera ser que se acercara a algún bingo de
Barcelona a pasar dos o tres horas, antes de que la noche se cerrara para
siempre pues nunca han existido dos noches iguales. Han pasado más de dos
décadas desde entonces y todavía alguna vez pienso en ella. ¿Estará muerta con
el hígado partido? ¿Seguirá visitando los bingos de hoy, ahora que son templos
cerrados del pasado? Y ya no me pregunto por qué salen las almas a la calle y
para qué, pues las veo y existen, divagando de un lado a otro de la ciudad, que
nunca agota del todo las reservas de vino y otros opios.
Conocemos tanta gente durante nuestra vida. Sólo espero que su profesora de conducir, tan formal, discreta en el vestir, uniforme en su decir, al salir los domingos del bingo, no volviera a casa en coche.
ResponderEliminarHa estado bien recordar. Yo, a veces, también lo hago.
Un saludo.
Parece como si durante la semana fuera una maquinaria, y solo el fin de semana esa maquinaria adquiriera carne y sangre y se metamorfoseara en persona, con un alma que necesita vivir y que no se sacia solo dando clases de conducción.
ResponderEliminarPero no puede ser tan radical la separación. Si no, ahí está esa pequeña confesión a un alumno, en horas de maquinaria, sobre sus horas de mariposa.
Por cierto, qué paciencia la de los monitores de autoescuela con nosotros.
Sembla que ella també era dislèxica emocionalment. M'ha fet pensar aquest relat, què ensenyem i com...
ResponderEliminarEl monitor que tuve yo era vulgar y de fácil trato.Alguna vez también pensé en él. La tuya encontraba consuelo en el alcohol y compañía en el bingo, Un novio de 15 días no llena los deseos de una vida. Tu forma de relatarlo y las pocas potencialidades de la interfecta han creado en mí una cierta empatía hacia esa fea profesora.
ResponderEliminarSaludos!
La fea profesora. ¿Vivirá o habrá muerto? Y la vida pasa, como una apisonadora.
EliminarSi vive, sin dudas ira al bingo
ResponderEliminarAbrazos