Hay un momento en el que Ulises
emborracha al gigante de un solo ojo (nada que ver con Sauron, este como ovejas
como yo olivillas) y Polifemo, el capi de los cíclopes, harto, pregunta:
«—Dime tu nombre para que, a mi vez, te
ofrezca presente de hospitalidad.
— Me llamo Nadie —contestó Ulises.»
Ser Nadie
te da una ligereza espantosa, convierte tus pies en alas. Oigo como nacen las plumas
en mis pies, incluso crecen en los codos.
Aquí, por una vez, restar es mejor que sumar, ya que Nadie es lo que resulta de sustraele al ego tanta superficialidad que a diario cargamos con esfuerzo. A categoría tal se debiera anteponerle el Don. Aunque tan peyorativo suene. ¿Quién más excelso que Don Nadie?
ResponderEliminarNo la he leído.
ResponderEliminarNi creo que la lea ya...
Ahora bien, eso de ser Nadie, lo hago como nadie.
Cada vez soy menos y me sienta de fábula.
Voy despareciendo de todas partes y llegará el día en que ya no seré.
Saludos.
El divino Homero...
ResponderEliminarSer Nadie es lo que muchas veces deseamos ser, pero no nos dejan.
Me'n recordo d'aquest tros, però no del motiu pel qual Ulisses diu que és Ningú.
ResponderEliminarJeje, porque mira que si de un hombre entre todos pudiera decirse que fuera Alguien, sería de ese Nadie.
ResponderEliminarSaludos.
Un tipo raro llamado Fernando dejo escrito:
ResponderEliminar«Nada soy, nada puedo, nada sigo.
Traigo, por ilusión, mi ser conmigo.
No comprendo comprender, ni sé
si he de ser, siendo nada, lo que seré»
Yo creo que tanto existencialismo sienta mal a la barriga, como un plato grande de patatas bravas. Eso sí, que hermoso es Pessoa, la Odisea y tantas cosas.
Es muy práctico, porque luego, cuando pronuncian tu nombre, desapareces, como Frodo o Bilbo con el anillo pero sin los efectos secundarios. Es como ver los toros desde la barrera, aunque es descomprometido.
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