Día frío, la nariz del invierno asoma, aunque no
pareces darte cuenta. Me fijo en ti porque descuadras. Te veo, calle arriba en
la terraza de un bar. Camisa blanca moderna, chula la chaqueta azul. Bien
peinado, bien afeitado. Unos 55, un poco fondón. No es eso, no es eso. Mueves
la boca, gesticulas con sobriedad ante un auditorio de grandes hombres.
¿Formaste parte de ese círculo antes del colapso? Te veo hablar. Es un discurso
continuo, me acerco calle arriba, calle arriba y te defines cada vez más. Un
orador soberbio en una mesa de sillas vacías bajo los campos de plomo del cielo
arados por las uñas de los vientos. Te veo, te veo. El vaso medio vacío de
whisky con hielo explica algo. Que ni sean las diez de la mañana también.
¿Todavía el suave calor de una mujer? No existo, a punto de rebasarte para que
mis pasos me lleven a la siguiente circunstancia. El auditorio lleno, tus
labios prosiguen la emisión, te dejo atrás, pieza caída de la gran máquina que
mediante la crisis rejuveneció. Te dejo atrás, llevas una chaqueta azul, eres
el gran orador ante un auditorio abarrotado, cruzo la calle, ya estoy en otra
acera.
Nos sumerges en un relato casi onírico en el que tocas teclas que pueden evocar en cada lector una cuerda de piano distinta.
ResponderEliminarAhora que hace más frío el minirelato parece cobrar vida. No había caído en ese lado onírico, y eso que es evidente. Vi a ese tipo, de hecho lo veo en la calle muchas veces, solo, hablando solo, descolgado de su vida anterior. En fin, la realidad siempre está ahí.
ResponderEliminarSaludos.