Salto del helicóptero y en un rápido rapel acedo al
techo de la biblioteca. Desactivo las alarmas. Abro una trampilla y me deslizo
hacia abajo como un gusano en vaselina. Con pasos mesurados, tomando aire, me
escabullo, avanzo sin ser visto. Llego a la sección de Poesía de la Biblioteca
de Sagrada Familia. Es cuando el bibliotecario, que me tiene visto, me dice:
«oye Igor, si vienes a coger libros, entra por la puerta, hombre. Es menos
trabajo e igualmente nadie te verá entrar ni salir». Me doy cuenta que tiene
razón. De repente me siento ridículo vestido así, como un Ninja de serie B, con
las mallas negras compradas en los chinos, las cuerdas, los mosquetones y la
cara tapada. Me cambio y lo guardo todo en una bolsa de El Corte Inglés, que
para estas cosas son muy útiles. Me concentro en los libros. Tomo libros
siguiendo el método de Tirofijo (sí como ese comandante de las FARC). Cojo
libros de Blai Bonet, Pushkin (me aburrirán solemnemente), Syzmbroska,
asombrosa siempre. Y luego aplico la técnica de la saeta lanzada al azar. Es mi
técnica flamvoirta. Y al pescador la fortuna le sonríe: descubro los Desalojos
de Míriam Reyes (poesía Hiperión) y al poeta polaco, nacido en Ucrania, Adam
Zagajewski en 1945. Todo un detalle que siga vivo. Caramba. Leo Deseos, uno de sus grandes libros
editado con mimo en España por Acantilado. Caramba. Zagajewski me deslumbra, me
hace sonreír. Prendado de la belleza de los poemas y del alma y el conocimiento
que hay detrás.
Autorretrato
Entre ordenador, lápiz y máquina de escribir
se me pasa la mitad del día. Algún día se convertirá en medio siglo.
Vivo en ciudades ajenas y a veces converso
con gente ajena sobre cosas que me son ajenas.
Escucho mucha música: Bach, Mahler, Chopin, Shostakovich.
En la música encuentro la fuerza, la debilidad y el dolor, los tres elementos.
El cuarto no tiene nombre.
Leo a poetas vivos y muertos, aprendo de ellos
tenacidad, fe y orgullo. Intento comprender
a los grandes filósofos -la mayoría de las veces consigo
captar tan sólo jirones de sus valiosos pensamientos.
Me gusta dar largos paseos por las calles de París
y mirar a mis prójimos, animados por la envidia,
la ira o el deseo; observar la moneda de plata
que pasa de mano en mano y lentamente pierde
su forma redonda (se borra el perfil del emperador).
A mi lado crecen árboles que no expresan nada,
salvo su verde perfección indiferente.
Aves negras caminan por los campos
siempre esperando algo, pacientes como viudas españolas.
Ya no soy joven, mas sigue habiendo gente mayor que yo.
Me gusta el sueño profundo, cuando no estoy,
y correr en bici por caminos rurales, cuando álamos y casas
se difuminan como nubes con el buen tiempo.
A veces me dicen algo los cuadros en los museos
y la ironía se esfuma de repente.
Me encanta contemplar el rostro de mi mujer.
Cada semana, el domingo, llamo a mi padre.
Cada dos semanas me reúno con mis amigos,
de esta forma seguimos siendo fieles.
Mi país se liberó de un mal. Quisiera
que le siguiera aún otra liberación.
¿Puedo aportar algo para ello? No lo sé.
No soy hijo de la mar,
como escribió sobre sí mismo Antonio Machado,
sino del aire, la menta y el violonchelo,
y no todos los caminos del alto mundo
se cruzan con los senderos de la vida que, de momento,
a mí me pertenece.
Entre ordenador, lápiz y máquina de escribir
se me pasa la mitad del día. Algún día se convertirá en medio siglo.
Vivo en ciudades ajenas y a veces converso
con gente ajena sobre cosas que me son ajenas.
Escucho mucha música: Bach, Mahler, Chopin, Shostakovich.
En la música encuentro la fuerza, la debilidad y el dolor, los tres elementos.
El cuarto no tiene nombre.
Leo a poetas vivos y muertos, aprendo de ellos
tenacidad, fe y orgullo. Intento comprender
a los grandes filósofos -la mayoría de las veces consigo
captar tan sólo jirones de sus valiosos pensamientos.
Me gusta dar largos paseos por las calles de París
y mirar a mis prójimos, animados por la envidia,
la ira o el deseo; observar la moneda de plata
que pasa de mano en mano y lentamente pierde
su forma redonda (se borra el perfil del emperador).
A mi lado crecen árboles que no expresan nada,
salvo su verde perfección indiferente.
Aves negras caminan por los campos
siempre esperando algo, pacientes como viudas españolas.
Ya no soy joven, mas sigue habiendo gente mayor que yo.
Me gusta el sueño profundo, cuando no estoy,
y correr en bici por caminos rurales, cuando álamos y casas
se difuminan como nubes con el buen tiempo.
A veces me dicen algo los cuadros en los museos
y la ironía se esfuma de repente.
Me encanta contemplar el rostro de mi mujer.
Cada semana, el domingo, llamo a mi padre.
Cada dos semanas me reúno con mis amigos,
de esta forma seguimos siendo fieles.
Mi país se liberó de un mal. Quisiera
que le siguiera aún otra liberación.
¿Puedo aportar algo para ello? No lo sé.
No soy hijo de la mar,
como escribió sobre sí mismo Antonio Machado,
sino del aire, la menta y el violonchelo,
y no todos los caminos del alto mundo
se cruzan con los senderos de la vida que, de momento,
a mí me pertenece.
Versión de Elzbieta Bortkiewicz
La furtiva incursión en la biblioteca es perfecta, en sus maneras y resultados. El gusano que se desliza para empacharse de papel impreso y de poesía, que hubiese podido hacerlo sin esfuerzo y por cauce natural, pero no sería igual el disfrute. Y el encuentro con Zagajewski, ignoto para mí hasta hoy.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muy parecido a szymborska, no? Y es por supuesto, un elogio. Me ha gustado. Gracias por traerlo. Un saludo :)
ResponderEliminarAdemás de compartir ruedo en la poesía polaca, creo que sí, que hay elementos de Syzmbroska en la poesía de Zagajewski. La ironía, por ejemplo. En fin, feliz de descubrir a ese poeta y compartirlo.
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