Confinamiento
Huyo de las paredes del estómago que se cierran sobre mí,
puño de la monotonía, para ir al supermercado.
Día glacial de abril, cielo de bolsas de plomo, lluvia y
viento de alta mar azotan Ciudad, tan vacía que los pocos que habitan las
calles son faros lejanos, son, en el horizonte de un cruce, tótems aturdidos
caídos de las estrellas.
Sí, casi todos vivos y sanos, olvidados por el azar que
gobierna el aliento de la pandemia. Quizás hasta que este arcano dios de la
destrucción llame hoy o el año que viene a nuestra puerta. Volver al medievo
sin la humildad de antaño. Cangrejos de río que han reculado hasta la oscuridad
de las rocas, algo ha agitado con violencia el suave discurrir del río, y que
apenas asoman las pértigas para saber cuándo se extinguirá el peligro.
En los hospitales, úteros de cristal para la vida, los
sanitarios luchan con mareas de enfermos, que por los pasillos se desbordan.
Sanitarios como sorprendidos soldados, con escasa munición, abandonados en su
posición entre los estallidos de primera línea sin entender muy bien de qué
lado llegan los disparos.
Frente al parque, camino del extraordinario hecho de ir al
supermercado, dos policías me observan, ahora que su espectro somos todos los
ciudadanos. Tras mi coartada en forma de carro, me siento llevar por la nueva
música, trinos de pájaros y el viento, el crujir del mundo, mientras me sobresalta,
a pie de parque, la furia puntiaguda con que la retama estira la mano. Delicada
luz amarilla, tesón inacabable de la Tierra, la que con soberbia nos creemos
capaz de rajar para construir sobre su barriga abierta un matadero de especies.
Flor de retama que me avisas, ¿quién se atreve a apagar el fuego de la
primavera?
El miedo ha hecho de Ciudad un ser ausente. Mi libertad a
cambio de una grieta entre las rocas. Este es el ecosistema. Mis derechos por
una paz y una salud que son aleatorias. Si enfermo alguien decidirá tratamiento
o morir aislado como un perro con rabia.
Navego entre los canales mal abastecidos del supermercado
atento a que ninguna góndola se acerque demasiado. No queda cerveza, sí han
devuelto el papel de váter. Veo sin verlo como el sistema de poder se
desmorona, adiós estados, como, cuando salgamos, ¡niños al patio!, en
estampida, la posguerra sacará la cabeza entre los estantes y el mundo, hay que
romper algo, una botella de champán como adagio, el mundo será de nuevo
bautizado.
De nuevo la pobreza, no poder proveer. Tanta ha sido la
voracidad mezquina de nuestras élites, los que figuran, tanta ha sido la blanda
estupidez de los demás, nosotros, vencidos por la pereza. Los sometidos a
crédito. Cuando despertemos de este sueño amaneceremos en otro, con otro
nombre.
De los amigos de Europa poco se sabe. Europa, que ha muerto
más de tres veces. Poco se puede esperar de una Unión de grandes mercaderes. A
la hora de la verdad no hay ayuda sin sangre a cambio. La ceguera de un país,
el de todos, que olvidó hacer la casa fuerte a cambio de deuda, más deuda para
ser un ahogado en aguas calientes.
Vuelvo a casa sometido a las últimas caricias del general
invierno. Las calles tienen los mismos nombres, las fachadas idénticas. Asumo de
un trago que eso no es cierto, que la modulación de la época ha cambiado. Serán
otras las canciones, otras las voces. Por las calles hay perros atados a
estatuas, los que fuimos antes de la pandemia. Cualquiera puede caer en
cualquier momento y eso, como un desconocido que llama sin ser invitado, hace
que el dios del caos, ¿Loki, Cuervo?, mezcle la baraja y dé nuevas
cartas. No echaré de menos el mundo antiguo, este capitalismo desvirtuado. Se
vació la sanidad pública para que unos pocos hicieran más, más, más dinero con
la privada. Sociedades como la nuestra que anteponen el dinero a las personas.
A las personas hasta que hacen falta, claro, como los sanitarios, policías,
personal de residencias y militares, lanzados a los leones sin escudo ni lanza.
Una vez en casa llamo a mi madre. Miro los mensajes de
familia y amigos. ¿Todos bien?, todos bien. Espío, como quien no quiere la
cosa, la salud de las damas con las que comparto la vida a diario. Respiro. Un
día más que es una victoria en este macabro juego de a quien no le toca, gana.
No echaré de menos este mundo que se resquebraja y en silencio se cae a trozos.
Un mundo de pocos. Un universo fallido.