Cuando pronunciaron mi nombre en voz alta sabía ya que era un liberto.
Nos despedimos los substitutos de los titulares murmurando palabras corteses, dejándolos atados a la mesa electoral,
como se despiden a unos reclutas que irán a un lejano frente por el que, en verdad, nadie se quiere sacrificar.
Diáfano y sincero. Nada hay que buscar entre líneas. ¡Te comprendo muy bien!
ResponderEliminarUn abrazo.
De momento me he librado siempre...
ResponderEliminarEn eso soy muy curiosa. La única vez que me llamaron para un jurado popular quería que me eligiesen. Si me hubiese tocado la mesa, pues una excusa para conocer más del vecindario.
ResponderEliminarYo rezaba para que no me tocase. Lo malo es que a lo mejor hay que volver a rezar en diciembre...
ResponderEliminarHay veces que ser un segundón resulta una bendición.
ResponderEliminarUn saludo.
Aunque sé que es un deber cívico hacia la ciudadanía, resulta una pesadez.
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