Así, a lo loco y en general, diría que hubo un momento en que la poesía se separó del mundo y el mundo de la poesía. No sé cuándo fue. Dos líneas de bolígrafo discurriendo en paralelo sin cruzarse. Con los poemas de Ted Hughes, las líneas volvieron a coincidir. Una muestra de esto que afirmo son sus famosos poemas de animales, muy populares en el mundo anglosajón.
No me extraña, los poemas de animales de Ted Hughes son geniales. Aparecen El Halcón, El zorro pensante (o el zorro que piensa), los caballos entre brumas, el oso, la carpa terrorífica. El poeta británico Ted Hughes es un veterano de este blog. Es, entre los contemporáneos, el poeta que más me gusta, el que más me llega, el que me asombra. Ted Hughes es un poeta del amor, un poeta del caos del mundo y es un poeta que habla sobre el hombre y sobre el cosmos. A diferencia de tantos. Traté su último libro, sus Cartas de Cumpleaños en 2010, aquí el enlace: http://epicavamurta.blogspot.com.es/2010/06/ted-hughes-cartas-de-cumpleanos.html
Sobre estos poemas de animales, Hughes
dice que “se nos aparecen separados de cualquier persona, aun de su autor, y
nada se les puede agregar o quitar sin mutilarlos o, acaso, matarlos”. Sí tiene
algo de visceral y total estos versos. Puede que la poesía de animales más
famosa sea este Halcón Posado o
Halcón en reposo.
Halcón en reposo.
HALCÓN
POSADO
Me siento en el cénit del bosque, mis ojos cerrados.
No hay acción mientras el falso quehacer del sueño
no existe entre la cabeza arqueada y las arqueadas patas;
al soñar ensayo perfectas muertes:
las que devoro.
No hay acción mientras el falso quehacer del sueño
no existe entre la cabeza arqueada y las arqueadas patas;
al soñar ensayo perfectas muertes:
las que devoro.
La conveniencia de los altos árboles,
el flotar del aire y el rayo solar
son mis ventajas
y el rostro de la tierra yace para que lo inspeccione.
Mis patas están atadas a la corteza áspera del árbol.
Tardó toda la Creación
producir estas patas, cada pluma:
ahora sujeto a la Creación con mi garra
o vuelo hacia arriba, y lentamente todo macero.
Mato donde quiero porque todo esto es mío.
No hay filosofadas en mi cuerpo:
mis modales son el arrancamiento
de cabezas –
No hay filosofadas en mi cuerpo:
mis modales son el arrancamiento
de cabezas –
el vivero de la muerte.
Para el camino único mi vuelo es directo
entre los huesos de quienes viven.
Ningún argumento defiende mi realeza:
llevo al sol detrás de mí.
Nada ha cambiado desde que empecé.
Mi ojo no ha permitido cambio alguno.
Mantendré las cosas como están.
llevo al sol detrás de mí.
Nada ha cambiado desde que empecé.
Mi ojo no ha permitido cambio alguno.
Mantendré las cosas como están.
Traducción de Sergio Eduardo Cruz.
Se han dicho muchas tonterías sobre este
poema, que si justifica los dictadores y otras cosas. Estupideces derivadas,
acaso de la envidia y del mal rollo por el suicidio de su primera esposa,
Sylvia Plath. En mi opinión el azor o halcón de Ted Hughes habla con feroz
claridad de los distintos valores entre la naturaleza y la bondad humana, que
sea dicho de paso, genera cada año más muerte y guerras que cualquier halcón
posado sobre un cable eléctrico. La diferencia es que el halcón no se miente a
sí mismo.
Bueno, por aquí asoma El zorro que piensa. De todos los poemas
de animales, el que más impacto me ha causado.
EL ZORRO QUE PIENSA
Imagino el bosque en este instante de la medianoche:
algo más está vivo
además de la soledad del reloj
y esta página en blanco donde se deslizan mis dedos.
Por la ventana no veo estrellas:
algo más cercano
aunque más profundo en lo oscuro
entra en la soledad:
fría, delicadamente como la oscura nieve
el hocico de un zorro toca ramitas, hojas;
dos ojos siguen un movimiento que ahora
y de nuevo ahora, y ahora, y ahora
deja limpias huellas en la nieve
entre árboles, y con cautela una sombra
truncada la rellena un tocón y un cuerpo
hueco que se atreve a venir
por los claros del bosque, un ojo,
un verdor vasto y profundo,
brillantemente, concentradamente,
se ocupa de sí mismo
hasta que, con súbito caliente hedor de zorro,
entra en el oscuro agujero de la cabeza.
Aún no hay estrellas; hace tic-tac el reloj,
la página está escrita.
Imagino el bosque en este instante de la medianoche:
algo más está vivo
además de la soledad del reloj
y esta página en blanco donde se deslizan mis dedos.
Por la ventana no veo estrellas:
algo más cercano
aunque más profundo en lo oscuro
entra en la soledad:
fría, delicadamente como la oscura nieve
el hocico de un zorro toca ramitas, hojas;
dos ojos siguen un movimiento que ahora
y de nuevo ahora, y ahora, y ahora
deja limpias huellas en la nieve
entre árboles, y con cautela una sombra
truncada la rellena un tocón y un cuerpo
hueco que se atreve a venir
por los claros del bosque, un ojo,
un verdor vasto y profundo,
brillantemente, concentradamente,
se ocupa de sí mismo
hasta que, con súbito caliente hedor de zorro,
entra en el oscuro agujero de la cabeza.
Aún no hay estrellas; hace tic-tac el reloj,
la página está escrita.
Este zorro es uno de los mejores poemas
que he leído. Además, dejo un vídeo. La
impresión que tengo es que Hughes tuvo un momento de rara iluminación. El mismo
poeta cuenta que se quedó dormido, en sus tiempos de universidad, con un
importante trabajo por entregar. Medio despertó en la noche. Entonces el zorro
apareció. El poema del zorro pensante vira entre el surrealismo, quizá el
chamanismo y un navegar en los límites de lo conocido en su frontera con lo
intuido. El resultado es tremendo. El
zorro como hacedor, como figura mental, como mito del mundo profundo. Hay que
señalar que uno de los momentos en que la mente humana logra que su parte
racional e irracional establezcan conexión es en la duermevela, en estados
semiconscientes. Yo lo he experimentado, todos lo hemos experimentado.
Ahí esperan los caballos, entre la bruma.
Ojo al verso final. Otra poesía grandiosa.
Por momentos parece un cuadro estático y no lo es. Hay vida en estado
puro, a punto de entrar en acción, a punto de desencadenarse.
LOS CABALLOS
Escalé
por entre los bosques, sumido en la oscuridad de la hora anterior al alba.
Un aire
maligno, una quietud heladora,
Ni una
sola hoja, ni un solo pájaro –
Un mundo
fundido en escarcha. Salí por la corona del bosque
Donde mi
aliento dejaba estatuas retorcidas en la luz de acero.
Pero los
valles fueron drenando la oscuridad
Hasta que
la linde del páramo – heces ennegrecidas del gris resplandeciente –
Partió en
dos el cielo. Entonces vi los caballos:
Enormes
en aquel gris espeso – diez megalitos juntos,
Quietos.
Respiraban sin moverse un ápice,
Con las
crines alisadas y las patas traseras ladeadas,
Sin
emitir ningún sonido.
Pasé
junto a ellos: ninguno bufó ni agitó la cabeza.
Grises
fragmentos silentes
De un
silente mundo gris.
En el
alto del páramo, me paré a escuchar el vacío.
La rabia
del zarapito rajó el silencio con su filo.
Lentamente,
algún que otro detalle comenzó a brotar de la oscuridad,
Justo
cuando el sol anaranjado, rojo, rojo irrumpió
En
silencio, y astillando hasta su cerne una nube rasgada y expelida
Con
fuerza, sacudió la sima abierta, reveló el azul,
Y los
grandes planetas colgantes.
Yo volví,
Tambaleándome
en un sueño febril, abajo, hacia
Los bosques
oscuros, desde aquellas alturas encendidas,
Y me
acerqué a los caballos.
Allí
seguían aún,
Aunque
ahora humeando y fulgurando bajo el flujo de la luz,
Sus
alisadas crines pétreas, sus patas traseras ladeadas,
Agitándose
bajo el deshielo mientras a su alrededor
La
escarcha mostraba sus fuegos. Pero ellos siguieron callados.
Ninguno
bufó ni piafó,
Con las
cabezas colgando, pacientes como los horizontes
En lo
alto, por encima de los valles, bajo los rojos rayos niveladores…
Ah, ojalá
que en el estruendo de las calles abarrotadas, caminando en medio de los años,
de los rostros,
Pueda
recordarme tal y como fui en aquel lugar tan solitario,
Entre los
arroyos y las nubes rojas, oyendo a los zarapitos,
Oyendo
persistir a los horizontes.
Otra bestia totémica. El oso parece el
retrato de la naturaleza pura, sin dulces añadidos ni falsos rasgos idílicos.
EL OSO
En el
abierto, vasto, dormido ojo de la montaña,
el oso es un destello en la pupila,
listo para despertar
y enfocar al instante.
el oso es un destello en la pupila,
listo para despertar
y enfocar al instante.
El oso
está pegando
el principio al final
con pegamento de hueso humano
en su sueño.
el principio al final
con pegamento de hueso humano
en su sueño.
El oso
está cavando
en su sueño
a través del muro del universo
con el fémur de un hombre.
en su sueño
a través del muro del universo
con el fémur de un hombre.
El oso es
un pozo
demasiado profundo para brillar,
donde tu grito
está siendo digerido.
demasiado profundo para brillar,
donde tu grito
está siendo digerido.
El oso es
un río
donde la gente al agacharse a beber
se ve a sí misma muerta.
donde la gente al agacharse a beber
se ve a sí misma muerta.
El oso
duerme
en un reino de muros.
En una red de ríos.
en un reino de muros.
En una red de ríos.
Es el
balsero
al mundo de los muertos.
al mundo de los muertos.
Su precio
es todo.
Lucio. Un poema con tintes de cuento de
terror. Bien recuerdo que al acabar de leer esta larga poesía sobre,
simplemente, un lucio, sentí un escalofrío en la espalda, un terror sin forma,
un poco como en los cuentos de Lovecraft. Todavía no he conseguido entender el
porqué. El poema está ahí, para ser disfrutado y descifrado.
LUCIO
Lucios,
ocho centímetros de largo, perfectos
lucios en
todo, color dorado entigrecido con rayas verdes.
Asesinos
desde el huevo, con su eterno y malévolo rictus.
Danzan en
la superficie, por entre las moscas.
O bien se
deslizan, asombrados de su propia grandeza,
sobre un
lecho de esmeralda: siluetas
de
submarina delicadeza y horror.
En su
mundo miden un centenar de metros.
En las
lagunas, bajo los nenúfares abatidos por el calor,
el
lóbrego pesar de su quietud:
apiñados
sobre las hojas negras del año pasado, mirando hacia arriba.
O
suspendidos en una caverna ambarina de algas
ya que no
pueden mudar en esta época del año
la
abrazadera en forma de gancho ni los colmillos de su mandíbula;
toda su
vida depende de este artilugio; las agallas,
los
pectorales amalgaman tranquilamente sus sustancias.
Un día
encerramos tres tras un cristal,
en una
jungla de juncos: uno de ocho centímetros, otro de diez
y otro de
doce: los cebamos con alevines;
y de
pronto había dos. Al final, sólo uno,
con el
vientre abombado y el mismo rictus con el que nació.
Pues los
lucios, ciertamente, no perdonan a nadie.
Otros
dos, de tres kilos cada uno, unos sesenta centímetros de largo,
secos y
muertos bajo una adelfilla;
uno
embutido hasta las agallas en el garguero del otro:
el único
ojo que sobresalía, observaba: como te engancha un vicio;
la misma
mirada férrea de siempre
aunque la
muerte hubiese contraído su membrana.
Otro día
estuve pescando en una laguna de cincuenta metros
cuyos
nenúfares y cuyas tencas musculosas
habían
sobrevivido a todas las piedras aún visibles
del
monasterio donde los habían plantado:
su
profundidad inmóvil es legendaria,
tan
profunda como Inglaterra. La laguna
albergaba
un lucio demasiado grande para moverse, tan inmenso y viejo,
que no me
atrevía a pescar después del anochecer.
Pero
lancé la caña silenciosamente y pesqué
con el
cabello erizado de miedo
por lo
que podía surgir, la mirada que podía surgir,
el
chapoteo amortiguado en la laguna oscura,
los búhos
acallando a los maderos flotantes con un ulular
que
resonaba en mis oídos, me prevenían contra el sueño
que la
oscuridad había liberado bajo la oscuridad de la noche,
y que iba
emergiendo, escrutando, lentamente, hacia mí.
TED
HUGHES
Traducción:
Xoán Abeleira
No
acabo de entender la razón del escaso eco de la poesía de Hughes en el mundo
hispánico. ¿Una cuestión de gustos? Que aquí se prefiere la poesía testimonial,
más humana. Puede ser. O puede que las razones económicas pesen. La poesía no
da dinero, ergo, ¿para qué arriesgar mi
dinero?
En
cualquier caso, W.H. Auden o T.S Eliot sí han tenido más repercusión. Ambos
poetas fantásticos, merecidamente traducidos. A pesar de ello, prefiero a
Hughes por sus melodías duras como piedras, por su capacidad de vincular y
enredar tierra, cielo, agua, mineral y ser humano. Por su verdad. Por volver a
los orígenes del mundo, ese sustrato invisible, animista, mitológico y animal.
No sé qué pensaría este hombre del mundo de hoy, henchido y disfrazado de
tecnología.
Me
quedo con ganas enormes de haber colgado en el blog Como pintar un nenúfar, en
el que aparecen más que animales insectos. Deberé dedicarle un post especial,
¡es uno de los poemas que más me gustan!
Aprovecho
para comentar que traduje, con mucha ayuda de mi madre, dos poemas de animales
de Ted Hughes al catalán, con mayor o menor fortuna. En lengua catalana casi no
hay nada de Hughes. Otra cosa incomprensible, un vacío terrible. Os dejo los
enlaces aquí por si alguien siente curiosidad:
EL
PENSAMENT-GUINEU: http://poesia4patis.blogspot.com.es/2014/02/ted-hughes-el-poema-de-la-guineu.html
Acabo con cita de otro, de un artículo que
me interesó mucho firmado por Manuel García Pérez http://www.mundiario.com/articulo/sociedad/poesia-ted-hughes-fuerza-naturaleza-frente-vanidad-humana/20140706194348019970.html
El artículo es sumamente interesante:
«A partir de una
serie de microcosmos, la poesía de Hughes reflexiona sobre aspectos de la
existencia que ninguna religión ni orden filosófico pueden explicar con
concreción. Lo poético en realidad predomina más allá del puro formalismo de
figuras y ritmos, acercándonos a un pensamiento metafísico que escarba en
nuestras entrañas para poner en crisis nuestra importancia en el mundo. Nuestra
vanidad, nuestra supuesta supremacía en ese ordo naturalis en el que obramos,
es un fraude porque lo intempestivo, la adversidad y la muerte no son propiedad
de ningún hombre; nuestra influencia sobre esas acciones es nula: “Mi sangre
ociosa se hiela/ Al ver cómo la alondra se esfuerza en llegar a su
nibe/Escalando con dificultad/ En medio de una pesadilla/ Ascendiendo la nada
(...)” (pág. 173).
Encuentro
en la poesía de Hughes la necesidad de invocar lo totémico a través de un
animal o un objeto con el fin de expresar esa lucha, porque para el poeta no
pasa desapercibido que, en la quietud de la naturaleza, persiste lo convulso,
una irremediable tendencia a la destrucción que el poeta define desde esas
breves anécdotas, desde esos símbolos que, como mitos de una cultura ancestral,
nos elevan a esa nueva realidad severa y difícilmente aceptable (…)
Comenta
Xoán Abeleira: “Lo que sí hizo (Hughes) fue poner de manifiesto las diferencias
que existen entre la vida (que no es nunca la sociedad) y el mundo (que casi
nunca es vida); evidenciar el creciente abismo que separa al hombre de la
naturaleza (transformados en continuos adversarios, según una antigua expresión
mía) y de su propia naturaleza” (pág. 27). Al igual que sucede con poetas como
Rimbaud o Lautréamont, su sincera conclusión ante esa evidencia natural donde
el instinto es el único orden abarcable que define la celeridad de la vida, la
miseria de la muerte y el posterior silencio es lo que seduce de sus versos y
lo que me priva de acercarme con mayor intuición a un análisis más riguroso.»
No conocía a este autor ni su temática. Por eso nada más empezar a leer el título de la entrada, antes de leer los poemas sobre el oso, el lucio, el zorro o los caballos, me ha venido a la memoria otro poema, una fábula de Iriarte, dedicada a otro animal, con su enseñanza y todo. Se me ha ocurrido por casualidad... y también es otra joya de la poesía.
ResponderEliminarUn saludo.
¿Cómo funciona la memoria? Al leer la fábula del burro y la flauta, emergió del fondo de telarañas ese que tenemos en la cabeza. ¡Buen recordatorio!
EliminarMe encanta la ilustración de fondo azul.
ResponderEliminarEn mi anterior vivienda teníamos una pareja de zorros como vecinos. Eran bastante insolentes, pero el poema me sigue recordando las noches que los espiaba por la ventana. Del mismo modo, el halcón, compañero de grandes recorridos en coche, y el caballo me tienen un fuerte gusto a cotidianidad.
Sí, a mí también, casi parece un ecosistema perfecto.
ResponderEliminarEsos poemas de animales, que casi todos se sitúan al sur de Escocia, o dicho de otro modo, al norte de Inglaterra a ti más que a nadie le deben resultar cotidianos. Ted Hughes se movía por allí, como un zorro incansable.
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