TAONOS Tres Letanías.
Saga Fantasia
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By Igor. |
Aresha danzó en la noche, su pelo llameante se alzaba y caía, sus manos dejaban estelas de plata. Su canto se apagó y pronunció un conjuro arcano y, antes de volver a callar, siguió cantando y danzando. La infantería acorazada que guardaba la puerta salió, abandonando la posición, quedando los hombres mirando hacia muchas direcciones, como si fueran niños extraviados. Los soldados que defendían los muros dejaron caer las armas, empezando a descender en dirección a la puerta. Algunos, en su sueño, cayeron de las alturas, desplomados. El gobernador, arrullado por la magia, bajaba por las escaleras atraído como una luciérnaga. Todos seguían los acordes de aquella pastora de almas, excepto tres que, indiferentes, seguían empuñando la madera pulida de sus arcos.
Cuando la dama vio sus siluetas hieráticas recortadas contra las manchas aceradas del cielo nocturno, los tres arqueros cargaron tres saetas incandescentes. Tensaron las cuerdas hasta que sus yemas sangraron. Vacíos, ausentes, con la mirada del que ya no está. Violentada, intentó cambiar su conjuro, dar un brusco viraje. Tembló, quiso acercarse a ellos a la vez que más soldados salían por la puerta o se sentaban en cualquier sitio, perdidos.
Dejaron escapar sus presas, tres saetas, tres letanías de luz roja que volaron, espúreas, hacia la diosa que no quería abandonar las montañas y a los salvajes. Se derrumbó, atravesada, y ardió hasta que de su cuerpo brotó una niebla blanca, que fue a posarse en el vientre del valle.
Cuando los hombres de las llanuras despertaron y volvieron a alzar el acero de sus espadas, los montañeses se batieron en retirada. Los tres arqueros que habían dado sus vidas yacían inertes sobre los dientes de las almenas, arco en mano, para que nadie pudiera olvidar su gran gesta. El veguer de la Marca Sur, solemne, ordenó amortajar los cuerpos con sus propias ropas, rematadas con hilo de oro, para ser trasladados al condado como los héroes que eran.
—Ahora, coged comida de Taonos, pero que nadie toque a sus gentes, que han elegido entre la vida y la muerte —mandó el veguer—. ¡Volvemos a casa! ¡Volaremos hasta Vamurta! Y que Onar se apiade de los caídos y de paso, de todos nosotros.